Ángelus Dominical
P. Eduardo Lozano CUANDO ECHO UN VISTAZO a la historia, con frecuencia me doy cuenta que las grandes obras y las mejores realizaciones a favor de los demás no nacen ni así de rápido, ni así de fácil, ni tampoco porque lo haya dictado un fulanito autoiluminado; dicho de otro modo: lo que ha llegado […]
P. Eduardo Lozano
CUANDO ECHO UN VISTAZO a la historia, con frecuencia me doy cuenta que las grandes obras y las mejores realizaciones a favor de los demás no nacen ni así de rápido, ni así de fácil, ni tampoco porque lo haya dictado un fulanito autoiluminado; dicho de otro modo: lo que ha llegado a transformar buenamente la historia ha sido originado en un largo proceso, con esfuerzo y trabajo enorme, y con la colaboración de tanta y tanta gente… POR EL CONTRARIO: los más tremendos errores de la humanidad han sido porque hubo alguien que “nos doró la píldora”, que se hizo pasar por el más inteligente, atractivo, innovador, revolucionario, indispensable, y nos prometió el sol la luna y las estrellas, nos dijo que era fácil, rápido, barato, tal vez nos habló de una fórmula mágica, de una medicina “curalotodo”, de un alimento milagroso, y hasta nos daba meses sin intereses… CUANDO EN CASA nos nace un crío, sabemos que aquel Chilpayatito ha de crecer sano y fuerte, entonces hay que cambiarle su pañal y prepararle su biberón, hay que ver la razón de su llanto, hay que estar al cuidado de que le dé la luz suficiente, de que sus músculos empiecen a fortalecerse, de que sus balbuceos se vayan transformando en palabras, de que conozca su incipiente mundo, de que vaya dejando de gatear y al rato comience a correr… PARA QUE UN RECIÉN nacido llegue a ser médico, abogado, ingeniero, maestro, o un sencillo barrendero, un honesto albañil, un formal mesero –o cualquier otro oficio o profesión–, no basta tener una buena intención, un deseo fantástico, un pensamiento meloso; es indispensable irlo apoyando –por lo pronto– al cambiarle pañales y arrullarlo para dormir; ya con el paso de los años habrá que despertarlo muy temprano para enviarlo a la escuela, ayudarle en sus tareas, corregirle cuando lo amerite, alentarlo en sus esfuerzos, y el empeño invertido cada día tendrá fruto sólo con el paso de muchos, pero muchos años… AYER TUVE EN MIS BRAZOS a Leonel (dicen sus papás que con ese nombre lo bautizarán) de apenas siete días de nacido, con un estado de salud ordinario, con tantas personas que lo quieren, con un futuro del todo incierto pero marcado por la esperanza; tanto Ana Rosa como Leonardo –sus padres– saben de la responsabilidad que implica un nuevo hijo (la primogénita es Esmeralda –4 de edad– y está creciendo como Dios manda) y la asumen como tantas y tantas familias aquí y a lo largo y ancho del mundo… UN HIJO NO ES FRUTO únicamente de unos esposos que se aman, también es hijo de una familia, de una cultura, de un pueblo, de una nación que se respete; un hijo –¡el que sea!– no nace ajeno ni extraño a esos ambientes o elementos que le arropan para hacer de él un hombre o mujer de bien; y lo diré con estos términos que tal vez no le gusten a más de uno: el hijo de Leonardo y Ana Rosa también es hijo mío… EN EL CASO DE LEONEL, alguien dirá que la cercanía y el cariño con sus padres me llevan a afirmar que yo también soy su papá, pero con tantas otras criaturas que son concebidas y nacen en mi entorno, debo afirmar una paternidad social, cultural, ambiental o como quieras llamarle, el caso es que los hijos no son propiedad exclusiva, no son fruto de un solo árbol ni tesoro de un solo rey… SI NO NOS IDENTIFICAMOS como papás de las nuevas generaciones pierde sentido que cuidemos el mundo o que respetemos toda vida humana, se empobrece el concepto de cultura y pierde valor la tradición; si un recién nacido –¡cualquiera!– no es también “mi hijo”, el primero que pierde soy yo porque me hago indiferente, extraño, ajeno, distante, y yo mismo me excluyo de una familia, de una cultura, de una nación… HACE DIEZ DÍAS un pequeño de 8 años –Cristian– me estaba ayudando a lavar mi auto: lo hacía con toda la emoción y entusiasmo como si fuera suyo, y “en un de repente”, con toda la naturalidad, limpieza, sencillez y honestidad que un niño puede tener me dijo: “No sé por qué, pero creo que me gusta ayudar”; yo me sonreí como si el calor de la mañana brotara de mis labios, pues su palabra bastó para que mi día se alegrara: sin duda que Cristian seguirá creciendo en el servicio… NI LEONEL NI CRISTIAN me han mareado con una campaña política ni han ganado elecciones, tampoco me han prometido lo que no podrán cumplir, ni me dieron una despensa amilanante, ni me aseguraron (o condicionaron) la chamba a cambio de mi voto o atención: son mis hijos aunque yo no los haya engendrado y por ellos me involucro en un proceso de trabajo y esfuerzo constante, por ellos rechazo toda fantasía paradisiaca y por ellos no dejaré “que me doren la píldora”; con ellos sigo comprometido a transformar la historia con los hechos, no con discursos ni con facilidades a largo plazo… SIN DUDA QUE MUCHOS recordarán que Jesús dijo: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 8,21), pues eso mismo lo amplío para decir que mis hijos e hijas, mis abuelos y tíos, mis nietos y hasta los entenados constituyen una gran parentela que debe escuchar a Dios ahora y siempre, así que hay que seguir viendo cómo se proclama su Palabra…