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Tips para que tus hijos aprendan a manejar sus emociones

10 agosto, 2018

Los seres humanos aprendemos a conocer, elaborar y expresar nuestras emociones desde la infancia teniendo como maestros a los padres. Partiendo de la base de que “nadie da lo que no tiene”, los padres no podemos enseñar a los hijos lo que nosotros mismos no hemos aprendido; en otras palabras, unos padres que no saben gestionar sus propias emociones, van a ser incapaces de enseñar o acompañar a sus hijos en este importante proceso.

Del manejo de las emociones dependen aspectos trascendentales en la vida de un ser humano como la capacidad para iniciar y mantener vínculos significativos (de amistad, de pareja), la toma de decisiones, el desempeño profesional, la autoestima y muchos más.

Las emociones son las que nos mueven a realizar una acción. Todas las emociones son importantes y no son mejores unas que otras, así que no se pueden clasificar en buenas ni malas.

Algunas sugerencias:

1. Como padres debemos conocer las emociones básicas, saber cuáles son y para qué sirven. Algunos autores coinciden en que las principales son: amor, miedo, tristeza, enojo y alegría. Pero existen muchas más como: vergüenza, culpa, asco, soledad, rechazo, curiosidad, simpatía, entre otras. Debemos aprender a contactar con nuestras propias emociones y con las de los demás.

2. Debemos saber que las emociones son una señal de que algo está sucediendo, y validarlas nos permite actuar en consecuencia. Por ejemplo, la tristeza nos enseña que hay una pérdida que necesitamos elaborar, o que nuestros deseos son irrealizables, lo que nos da un sentido de realidad. El enojo nos da la posibilidad de poner límites a otros y no permitir el abuso y/o el maltrato, y así cada una de las emociones tienen una o varias funciones, contactarlas y validarlas nos posibilitan a la acción.



3. Es importante que desde que nuestros hijos son pequeños les ayudemos a identificar y reconocer sus propias emociones y ponerles nombre. Por ejemplo, “Pablo, estás molesto porque es cumpleaños de tu hermana, la fiesta y los regalos son de ella; y no tuyos, entiendo tu molestia, pero no puedes comportarte de la manera que lo estás haciendo”.

4. Validar o legitimar las emociones de nuestros hijos. Cuando decimos validar nos referimos a aceptar las emociones que sienten y permitirles que las expresen de modo correcto. La experiencia demuestra que muchos padres no permiten a sus hijos que tengan emociones tales como el enojo, el rechazo o la tristeza y mucho menos expresarlas, y cuando lo hacen los reprenden. Así que estos niños crecen con la convicción de que hay ciertas emociones que no se deben tener. Un ejemplo de validación sería si vemos que nuestra hija adolescente está llorando porque su novio terminó la relación, podemos intentar acercarnos para abrazarla y decirle que sentimos mucho lo que está pasando. En este mismo caso, la falta de validación sería decir algo como “ya deja de llorar, no es para tanto” o “ni siquiera valía tanto la pena, ya tendrás otros novios mejores que él”.

5. Aprender a regular las emociones. Éstas surgen de manera involuntaria, y no podemos hacer nada para evitarlas, lo que sí podemos hacer es regular o gestionar la conducta consecuencia de esas emociones. Tenemos que aprender a separar las emociones de la conducta. Por ejemplo, estamos conduciendo, y un coche se atraviesa de repente, frenamos bruscamente, nos enojamos. Experimentar el enojo está bien, lo que no estaría bien es gritar a insultar al conductor, y continuar malhumorados y enojados el resto del día.

6. Los padres debemos responsabilizarnos de nuestras propias emociones. No culpar ni descargarlas en otros, ya que eso modelamos a nuestros hijos. Culpar a otros es una de las principales causas de conflictos interpersonales, además de que al hacerlo, no aprendemos, no cambiamos, no crecemos. Por ejemplo, si estamos preocupados por un problema económico, nos sentimos muy irritables, nuestro hijo hace un berrinche, nosotros le gritamos y lo insultamos, y después decimos: “Tú me hiciste enojar y por eso te insulté” o “Por tu culpa estoy de mal humor”. Los problemas económicos son nuestros y la sobre-reacción al berrinche también es nuestra. Nosotros somos responsables de ambas cosas. Podemos llamar la atención o ignorar el berrinche, pero esta conducta de nuestro hijo no es la “culpable” de nuestra reacción.

Seguir estas sugerencias no resulta sencillo, se requiere de tiempo, paciencia y mucho trabajo personal. Pero vale la pena el esfuerzo.





Autor

La redacción de Desde la fe está compuesta por sacerdotes y periodistas laicos especializados en diferentes materias como Filosofía, Teología, Espiritualidad, Derecho Canónico, Sagradas Escrituras, Historia de la Iglesia, Religiosidad Popular, Eclesiología, Humanidades, Pastoral y muchas otras. Desde hace 25 años, sacerdotes y laicos han trabajado de la mano en esta redacción para ofrecer los mejores contenidos a sus lectores. 

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