De manera sorpresiva, esta semana la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) resolvió rápidamente dos temas relacionados: que es inconstitucional penalizar el aborto cuando la mujer embarazada decida realizarlo, y que es inconstitucional que los congresos locales le den personalidad al ser humano antes de nacer.
Ambas decisiones nos dejan con más dudas que certezas como humanidad y sociedad. Dejar la decisión del aborto de manera libre en la mujer embarazada, en primer lugar invisibiliza al ser humano en gestación; y en segundo, al padre de ese ser humano, que no tiene posibilidad alguna, hasta el momento, de proteger la vida de su hijo, aún y cuando la Constitución Federal dice que el varón y la mujer son iguales ante la ley, y ambos tienen el derecho a decidir de manera libre y responsable el número y esparcimiento de sus hijos. En esta resolución el hombre no cuenta, pero mucho menos el hijo.
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Además de ello, esta resolución genera una visión machista más fortalecida, pues deja el problema de un embarazo inesperado a la mujer, sola, con todas las opciones abiertas para abortar, y sin opciones reales de apoyo para dar vida. En México, la ley se encamina a favorecer la muerte, antes que la vida.
Los ministros de la SCJN han determinado que los estados no pueden dar personalidad al ser humano desde la concepción, pues no está en sus facultades modificar el concepto de persona. Esta decisión, que niega a los legisladores locales la posibilidad de proteger al ser humano antes de nacer, es una invasión clara de facultades. Pero además, hay una gran contradicción con criterios de la misma Corte, que ha permitido en otras ocasiones que los congresos locales amplíen el catálogo de derechos humanos. Se refuerza así la tendencia legal de que el ser humano que no sea autónomo, no merece la protección de la ley.
Ante leyes que orillan a la cultura del descarte, los católicos estamos llamados a tender la mano, a “cristianizar” la cultura y la sociedad, a amar al prójimo y atender con más dedicación al más vulnerable. Cuando un enfermo, un agonizante, una mujer embarazada en estado vulnerable, una persona adicta o víctima de violencia, una persona en peligro, toque nuestra puerta, se cruce la calle con nosotros, debemos saber responder como cristianos, y actuar rápido para ayudarle.
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Exhortamos ahora a todos los católicos a organizarse, a aquellos que ya lo han hecho desde hace mucho tiempo, que sean benditos todos sus trabajos y frutos, y que las manos de apoyo se multipliquen. Y en cada familia mexicana, que se enseñe a los hijos a respetar la vida y a buscar formar una familia que les dará la estabilidad necesaria para dar buenos frutos y seguir ayudando al prójimo.
Que Dios bendiga a nuestro pueblo mexicano para que podamos desterrar de nuestra cultura, la violencia, el descarte y la muerte, que en el mundo actual tienden a afianzarse tanto en lo cultural como en lo social.
Roguemos a Nuestra Señora de Guadalupe para que con su manto protector, cubra a cada mujer embarazada de nuestro país.
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