Hace nueve meses, cuando la pandemia apenas comenzaba, cuando el mundo estaba en confinamiento, el Papa Francisco lanzó un profundo mensaje sobre el gran desafío que nos representa la lucha contra el Covid-19.
“Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es”.
Hemos tenido una oportunidad de varios meses para dejar atrás la codicia, para dejar atrás lo material y el trastorno por la prisa. Y sin embargo, a veces pareciera que no hemos aprendido la lección o que no nos hemos dado cuenta que para superar esta prueba debemos caminar juntos, cuidándonos los unos a los otros.
Ante el preocupante crecimiento de contagios y hospitalizaciones en México, las autoridades han decretado una nueva etapa de confinamiento. El “quédate en casa” regresó con un antecedente de casi 120,000 muertes, de las cuáles cerca de 20,000 han sido en el último mes.
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Esta vez, el confinamiento llega en una de las épocas de más celebraciones, de reuniones y fiestas familiares. Este año, esos anhelados momentos tendrán que esperar, pero no por ello debemos dejar pasar la ocasión. Es momento de aprovechar esta nueva oportunidad para entender el tamaño del desafío que enfrentamos.
“La pandemia es ciertamente una grave crisis; sin embargo, como toda crisis, es una oportunidad para crecer y salir más fortalecidos en nuestras convicciones y en nuestra espiritualidad; para descubrir la fuerza interior que Dios nos ofrece, como don del Espíritu Santo”, dice el Cardenal Carlos Aguiar en un artículo que se publica este domingo en Desde la fe.
“Por eso, no solo podemos orientar nuestra vida para preparar la próxima Navidad, sino que está en nuestras manos recibir, también y sobre todo, el beneficio salvífico de la venida de Jesucristo al mundo”.
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Es momento de prevención y prudencia, pero esto no significa que debamos llenarnos de miedo y desesperación. Más bien, recuperemos el verdadero sentido de la Navidad, que no está en el consumismo ni en las reuniones masivas.
Reflexionemos y atendamos las llamadas de Dios, escuchemos el grito de los enfermos y de los que hoy sufren a causa del Covid-19.
Recordemos que quienes han fallecido son nuestros muertos, los tuyos y los míos, sin importar si los conocemos o no. Y aprovechemos estos días para que, en familia, y unidos como sociedad, acudamos a la oración, pues como nos dijo el Papa Francisco hace nueve meses: “La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras”.
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