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COLUMNA

Columna invitada

La fe es una pequeña semilla

El Señor les contestó: “Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: ´Arráncate de raíz y plántate en el mar´, y los obedecería.

1 octubre, 2022

Los apóstoles dijeron al Señor: “Auméntanos la fe”. El Señor les contestó: “Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: ´Arráncate de raíz y plántate en el mar´, y los obedecería.

“¿Quiénes de ustedes, si tienen un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ´Entra enseguida y ponte a comer´? ¿No le dirá más bien: ´Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú´? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación? Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: ´No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer´».

Comentario 

Dos temas. Unidos profundamente en nuestra condición de seguidores del Señor. Por una parte, la fe. La necesidad que reconocemos permanentemente de crecer en ella. Porque siempre parece insuficiente. Demasiado pequeña. Por otra parte, el servicio. Porque lejos de cualquier vanagloria, las obras buenas han de ubicarse en la serena alegría de cumplir lo que nos toca.

La fe es una pequeña semilla. Es verdad, siempre resulta frágil ante nuestros propios ojos. La perspectiva que da Jesús de ella, que nos permitiría arrancar árboles de raíz y ordenarles que se planten en el mar, nos resulta descabellada. ¿Acaso quiere el Señor ironizar con nuestra debilidad y poner en evidencia nuestra incapacidad? ¿No querrá más bien mostrarnos el alcance inusitado de algo que ya está en nosotros, y que en realidad no podemos ni siquiera imaginar hasta dónde alcanza su poder? Y entonces, aunque no desaparece la pertinencia de suplicar que nuestra fe aumente, rescata, sin embargo, su propia fragilidad en medio de nuestra peregrinación, para dejarnos sorprender por lo inaudito y dejarnos caer en las manos vigorosas del Todopoderoso. Jesús no nos dice que no tenemos fe. Asume nuestra súplica para confirmarnos en la fe y llevarnos a crecer en ella justamente en medio del camino en el que seguimos sus pasos. En su pequeñez, de grano de mostaza, está su poder.

También del servicio se advierte la pequeñez. Y en la misma lógica, no para negar su valor, sino para evitar que lo pongamos al servicio de la soberbia. Renunciar a la sana satisfacción por llevar a cabo bien nuestras tareas no significa vaciar la vida de su alegría. ¿Acaso quiere el Señor rebajar nuestros méritos al punto de que les neguemos aprecio alguno? ¿No querrá más bien zafarnos de la trampa del orgullo, que nos envuelve en ficciones y nos hurta de la verdadera dicha, para otorgarnos más bien el gusto agradecido de las labores bien cumplidas? Y entonces, en vez de encerrar las acciones en una consideración narcisista y estéril, nos abre a su verdadera perspectiva, que siempre se vuelva hacia Dios y hacia el prójimo, con su pleno sentido de salir de nosotros mismos hacia ellos, para encontrarnos y realizarnos en la comunión con ellos. En la discreción del servicio está su eficacia.

Lo pequeño no es nunca amenaza en nuestro discipulado. Al contrario. Los delirios de grandeza son las trampas que pueden frustrar la vocación. La verdadera realización, el verdadero milagro, la verdadera salvación, se cumple cuando precisamente en lo pequeño nos descubrimos amados y afirmados, saliendo de todo egoísmo para amar y afirmar a Dios y al prójimo.

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