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COLUMNA

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El Evangelio de san Marcos

Marcos escribió para romanos, griegos, sirios, fenicios; para otros pueblos y otras culturas, de su tiempo y las generaciones que habrían de llegar después.

12 marzo, 2020
El Evangelio de san Marcos
Roberto O'Farrill.

El autor del primer Evangelio, el joven Juan Marcos nació en la localidad de Cirene alrededor del año 15. Hijo de una mujer de Jerusalén en cuya casa solían reunirse las primeras comunidades cristianas, fue discípulo de san Pedro, quien lo acompañó en su conversión a la fe verdadera.

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El libro de los Hechos de los Apóstoles refiere que san Marcos acompañó a su primo san Bernabé y a san Pablo en su primer viaje misionero por Antioquia hasta que llegaron a Perge de Panfilia, de donde regresaron a Jerusalén para luego volver a embarcarse a Chipre. También viajó a Roma acompañando a san Pedro, quien solía referirse a él como “Hijo mío” por su relación filial espiritual. Marcos escribió su evangelio entre los años 64 y 67; lo comenzó en Antioquía y lo concluyó en Roma, durante la prisión de Pedro, en la cárcel Mamertina, en plena persecución de Nerón.

Tras la muerte de Pedro, Marcos se embarcó hacia Aquilea, donde se desempeñó como obispo y luego marchó a Egipto, donde fundó la iglesia de Alejandría, de la que fue primer obispo. Allí también murió luego de convertir a muchos, durante unas festividades paganas que coincidieron con la Pascua, linchado por una muchedumbre exaltada que irrumpió en la celebración de la santa Misa, le ató cuerdas al cuello y lo arrastró por las calles. Marcos murió al día siguiente, el 25 de abril del año 68. Los cristianos embalsamaron su cuerpo, lo envolvieron en un lienzo y lo colocaron en un sarcófago de piedra, en Alejandría. Informaciones veraces demuestran que desde el siglo IV hubo peregrinaciones a su sepulcro.

En el año 829, dos comerciantes venecianos trasladaron el cuerpo de Marcos a la ciudad de Venecia, por su cercanía con Aquilea, el primer lugar que él evangelizó. En el año 836 se consagró allí la primera iglesia erigida para albergar sus restos-reliquia, a partir de la que posteriormente se edificó la actual basílica de San Marcos y catedral de Venecia.

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Como discípulo que fue de san Pedro, su relato lo escribió a partir de los dichos que escuchaba en torno a los acontecimientos que el mismo Pedro narraba, junto con los primeros cristianos, vividos por ellos mismos en compañía del Señor, hecho que confirma san Papías, obispo de Hiérapolis, en sus escritos, de inicios del siglo II: “Marcos, que fue el intérprete de Pedro, puso puntualmente por escrito, aunque no con orden, cuantas cosas recordó referentes a los dichos y hechos del Señor. Porque ni había oído al Señor ni le había seguido, sino que más tarde, como dije, siguió a Pedro, quien daba sus instrucciones según sus necesidades, pero no como quien compone una ordenación de las sentencias del Señor. De suerte que en nada faltó Marcos, poniendo por escrito algunas de aquellas cosas, tal como las recordaba. Porque en una sola cosa puso cuidado: en no omitir nada de lo que había oído y en no mentir absolutamente en ellas”.

La teología a la que recurre Marcos es de tipo ascendente, pues presenta a Jesús el hombre, quien tras su bautismo en el Jordán y su estadía en el desierto, inicia su predicación en un itinerario que lo conduce a Jerusalén, donde tras morir crucificado, resucita al tercer día; por esto es que omite narrar la Anunciación, la Natividad y la infancia, a fin de no imponer la personalidad divina, y dejar a la apreciación de sus lectores la convicción de que Jesús de Galilea es, efectivamente, el Mesías enviado por Dios.

El Evangelio lo escribió Marcos para romanos, griegos, sirios, fenicios; para otros pueblos y para otras culturas, las de su tiempo y las generaciones que habrían de llegar después, con los siglos; y lo escribió pensando en lectores que no tendrían suficientes conocimientos del Antiguo Testamento ni de la religiosidad judía, y es por esto que, cuando es necesario, él mismo explica, a manera de citas de autor, el sentido de los rituales judaicos, y traduce las expresiones locales.

Leer el Evangelio de Marcos es más sencillo que leer a Mateo, Lucas y Juan por ser el más breve y porque al acentuar la humanidad de Jesús, le resulta más fácil al lector imitar al Señor desde su humanidad que desde su divinidad. Cristo es el modelo a seguir e imitar, con el vehemente propósito de ir más allá de la imitación hasta lograr configurarse con Él. Tratar de ser como Dios es tarea imposible, pero intentar ser como Jesús, el hombre ideal, es una aventura más sencilla de emprender conociendo el Evangelio conducidos por la mano del evangelista san Marcos.