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COLUMNA

Columna invitada

Adaptaciones litúrgicas indígenas

En días recientes, promovió una reunión con la pastoral con la Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica para continuar con el proceso de inculturación maya.

8 marzo, 2023
Adaptaciones litúrgicas indígenas
Cardenal Felipe Arizmendi Esquivel

MIRAR
Con el objetivo de avanzar en el proceso de inculturación de la Iglesia en los pueblos originarios y de asumir en la celebración de la Santa Misa algunos elementos de las culturas tseltal, tsotsil, ch’ol y tojolabal, de origen maya, que se usan ampliamente por casi millón y medio de indígenas locales, la diócesis de San Cristóbal de Las Casas, en días recientes, promovió una reunión de su equipo de agentes de pastoral con la Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica, presidida por Mons. Víctor Sánchez, arzobispo de Puebla, y con el Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, representado por Mons. Aurelio García, subsecretario de dicho Dicasterio.

Se analizaron diversos ritos, como la entrada a la Misa, la oración de los fieles, la incensación por parte de mujeres, el ministerio o servicio del principal (varón o mujer que animan la participación de la comunidad), la siembra de candelas como forma cultural de orar, la danza ritual, que no es folklórica sino de profunda comunicación con Dios. Todo eso no es invento clerical, ni ocurrencia de unos cuantos, sino fruto de la experiencia de vivir por años con estos pueblos su forma de comunicarse con Dios, y que no tiene ninguna contradicción con los ritos litúrgicos de la Misa. No se trata de inventar un nuevo rito indígena, sino de integrar en la liturgia varias formas de esos pueblos de relacionarse con Dios y que expresan lo mismo que el rito romano, pero en su forma cultural.

Hace poco más de dos años, el Papa Francisco me regaló este libro: “Papa Francesco e il Messale Romano per le Diocesi dello Zaire”, en que se narra el proceso para llegar a la aprobación de ritos africanos de la actual República Democrática del Congo en la Misa, y me animó a que sigamos este camino de inculturación de los ritos indígenas en la celebración litúrgica, no sólo de la Misa, sino de toda la liturgia católica. Ese rito zaireño fue aprobado por la entonces llamada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos desde el 30 de abril de 1988, y desde esa fecha no se tiene otro rito semejante aprobado. Por tanto, el proyecto de las adaptaciones indígenas de Chiapas en la Misa sería el segundo de todo el mundo, como se nos ha insistido desde Roma, animándonos a proseguir en este camino, y que ojalá sirva de estímulo para otras culturas.

DISCERNIR
Ya el Concilio Vaticano II abrió las puertas a este proceso de inculturación litúrgica, sobre todo en la Constitución sobre Liturgia Sacrosanctum Concilium: “La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad, ni siquiera en la liturgia; por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos. Estudia con simpatía y, si puede, conserva íntegro lo que en las costumbres de los pueblos encuentra que no esté indisolublemente vinculado a supersticiones y errores, y aun a veces los acepta en la misma liturgia, con tal de que se pueda armonizar con el verdadero y auténtico espíritu litúrgico” (SC 37). “Al revisar los libros litúrgicos, salvada la unidad sustancial del Rito romano, se admitirán variaciones y adaptaciones legítimas a los diversos grupos, regiones, pueblos, especialmente en las misiones” (SC 38). “En ciertos lugares y circunstancias, urge una adaptación más profunda de la liturgia, lo cual implica mayores dificultades… Las adaptaciones que se consideren útiles o necesarias, se propondrán a la Sede Apostólica para introducirlas con su consentimiento” (SC 40).

Por su parte, el Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en su IV Instrucción La liturgia romana y la inculturación (25 de enero de 1994), explícitamente indica: “La diversidad no perjudica su unidad, sino que la enriquece” (1). “La liturgia de la Iglesia debe ser capaz de expresarse en toda cultura humana, conservando al mismo tiempo su identidad por la fidelidad a la tradición recibida del Señor” (18). “La liturgia, como el Evangelio, debe respetar las culturas, pero al mismo tiempo invita a purificarlas y santificarlas” (19-20). “La diversidad en algunos elementos de las celebraciones litúrgicas es fuente de enriquecimiento, respetando siempre la unidad sustancial del Rito romano, la unidad de toda la Iglesia y la integridad de la fe que ha sido transmitida a los santos de
una vez para siempre” (70).

El Papa Benedicto XVI, tan cuidadoso de la buena liturgia, en su exhortación Sacramentum caritatis (22 de febrero de 2007), escribió: “Dios quiere encontrarse con nosotros en nuestro contexto vital. Por tanto, para una participación más eficaz de los fieles en los santos Misterios, es útil proseguir el proceso de inculturación en el ámbito de la celebración eucarística, teniendo en cuenta las posibilidades de adaptación… Para lograr este objetivo, recomiendo a las Conferencias Episcopales que favorezcan el adecuado equilibrio entre los criterios y normas ya publicadas y las nuevas adaptaciones, siempre de acuerdo con la Sede Apostólica” (54).

Al respecto, el Papa Francisco, en su exhortación Evangelii gaudium, dice: “Como podemos ver en la historia de la Iglesia, el cristianismo no tiene un único modo cultural, sino que, permaneciendo plenamente uno mismo, en total fidelidad al anuncio evangélico y a la tradición eclesial, llevará consigo también el rostro de tantas culturas y de tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado. En los distintos pueblos, que experimentan el don de Dios según su propia cultura, la Iglesia expresa su genuina catolicidad y muestra la belleza de este rostro pluriforme. En las manifestaciones cristianas de un pueblo evangelizado, el Espíritu Santo embellece a la Iglesia, mostrándole nuevos aspectos de la Revelación y regalándole un nuevo rostro. En la inculturación, la Iglesia introduce a los pueblos con sus culturas en su misma comunidad, porque toda cultura propone valores y formas positivas que pueden enriquecer la manera de anunciar, concebir y vivir el Evangelio” (116).

“Bien entendida, la diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia… No haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde. Si bien es verdad que algunas culturas han estado estrechamente ligadas a la predicación del Evangelio y al desarrollo de un pensamiento cristiano, el mensaje revelado no se identifica con ninguna de ellas y tiene un contenido transcultural. Por ello, en la evangelización de nuevas culturas o de culturas que no han acogido la predicación cristiana, no es indispensable imponer una determinada forma cultural, por más bella y antigua que sea, junto con la propuesta del Evangelio. El mensaje que anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero a veces en la Iglesia caemos en la vanidosa sacralización
de la propia cultura, con lo cual podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador” (117).

“Las Iglesias particulares deben fomentar activamente formas, al menos incipientes, de inculturación. Lo que debe procurarse, en definitiva, es que la predicación del Evangelio, expresada con categorías propias de la cultura donde es anunciado, provoque una nueva síntesis con esa cultura. Aunque estos procesos son siempre lentos, a veces el miedo nos paraliza demasiado. Si dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es posible que, en lugar de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no provoquemos avance alguno y, en ese caso, no seremos partícipes de procesos históricos con nuestra cooperación, sino simplemente espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia” (129).

Y en su exhortación Querida Amazonia, nos anima a seguir este camino: “Esto nos permite recoger en la liturgia muchos elementos propios de la experiencia de los indígenas en su íntimo contacto con la naturaleza y estimular expresiones autóctonas en cantos, danzas, ritos, gestos y símbolos. Ya el Concilio Vaticano II había pedido este esfuerzo de inculturación de la liturgia en los pueblos indígenas, pero han pasado más de cincuenta años y hemos avanzado poco en esta línea” (66).

ACTUAR
En total fidelidad al Evangelio y al Magisterio de la Iglesia, cada quien hagamos cuanto podamos por avanzar en este proceso de inculturar nuestra liturgia con tantas riquezas de las culturas originarias.

 

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