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 domingo 5 de junio de 2022
relevancia de quien desea ser el protago- nista central, como en un show de televi- sión. Ocupar espacios es la tentación, abrir procesos es la actitud que permite la acción del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es don, no actúa qui- tando sino dando, moviendo, innovando. El Espíritu Santo no es una fuer-
za del pasado sino que Pentecos-
L’OSSERVATORE ROMANO munión trinitaria, que apreciando simul-
táneamente el sensus fidei de todo el santo pueblo fiel de D ios[5], la colegialidad apostólica y la unidad con el Sucesor de Pedro, debe animar la conversión y refor- ma de la Iglesia a todo nivel.
Cuando decidí que la Pontificia Comi-
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nos de nuestros usos y costumbres clerica- les, tanto aquí en la Curia como en todo lugar en el que existan comunidades lati- noamericanas. No olvidemos que el cleri- calismo es una perversión “quietista” Y en este sentido la CAL debe ayudar a cami- nar. No protagonizar, ayudar a caminar
 para no convertirse en una ins- tancia clerical.
La CAL, a través de todos sus miembros, debe promover lo más ampliamente posible la verdadera sinodalidad. Comu- nión sin sinodalidad fácilmente puede prestarse a cierto fijismo y centralismo indeseable. Sino- dalidad sin comunión puede
llegar a ser populismo eclesiástico. No las dos cosas juntas. La sinodalidad nos debe conducir a vivir más intensamente la co- munión eclesial, en la que la diversidad de carismas, vocaciones y ministerios se integran armoniosamente animados por un mismo bautismo, que nos hace ser hijos en el Hijo, a todos. Tengamos cui- dado del protagonismo unipersonal y apostemos por sembrar y animar procesos que permitan que el pueblo de Dios, que camina en la historia, pueda participar más y mejor en la común responsabilidad que todos tenemos de ser Iglesia. Todos somos pueblo de Dios. Todos somos dis- cípulos llamados a aprender y a seguir al Señor. Todos somos corresponsables del bien común y de la santidad de la Igle- sia.
Agradezco la presencia de Ustedes y en- comiendo los trabajos durante esta Plena- ria a la Virgen Santa María de Guadalu- pe, Madre mestiza del «verdaderísimo Dios por Quién se vive»[6].
Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.
[1] Cf. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 52.
[2] Cf., Soñemos juntos. El camino a un futuro mejor, Simon & Schuster, Nueva York, 2020, 57-58.
[3] Cf. Comisión Teológica internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 55.
[4] Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Lu- men gentium, 4.
[5] Ibídem, 12.
[6] A. Valeriano, Nican Mopohua, trd. M. Rojas, Ideal, México 1978, n. 26.
 tés sigue aconteciendo en nues-
tro tiempo. ¡El «Gran Descono-
cido», que no tiene imagen, es
siempre contemporáneo y no de-
ja de acompañarnos y consolar-
nos! Él crea la diversidad de los carismas. Crea un cierto desor-
den inicial –pensemos en la ma-
ñana de Pentecostés el lío que se armó, y que hizo decir a los que vieron esto: están ebrios–, Él crea un desorden inicial, para luego crear la armonía de todas las dife- rencias. Ipse est armonía, decía San Basilio. «Él es la armonía». Pero antes te crea la desarmonía, con los carismas todos diver- sos.
La sinodalidad es parte de una eclesiolo- gía pneumatológica, es decir, espiritual. Así mismo, también lo es de una teología eucarística. La comunión con el Cuerpo de Cristo es signo y causa instrumental de un dinamismo relacional que configu- ra a la Iglesia. Sólo hay sinodalidad cuan- do celebramos la Eucaristía y entroniza- mos el Evangelio para que, entonces, nuestra participación no sea un mero par- lamentarismo sino un gesto de comunión eclesial que busca ponerse en movimien- to. Todos los bautizados somos “synodoi”, amigos que acompañan al Señor al cami- nar [3].
Más aún, la Iglesia es «un pueblo reuni- do en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»[4]. Por ello, en la realidad que denominamos “sinodali- dad” podemos localizar el punto en el que converge misteriosa pero realmente la Trinidad en la historia.
De este modo, la palabra “sinodalidad” no designa un método más o menos de- mocrático y mucho menos “populista” de ser Iglesia. Estos son desviaciones. La si- nodalidad no es una moda organizacional o un proyecto de reinvención humana del pueblo de Dios. Sinodalidad es la dimen- sión dinámica, la dimensión histórica de la comunión eclesial fundada por la co-
sión para América Latina (CAL) continua- se y se renovase en el marco de la reforma de la Curia, estas ideas no estuvieron le- jos de mi corazón. La CAL está llamada a ser un organismo de servicio que colabore a que todos en América Latina y el Cari- be ingresemos en un estilo sinodal de ser Iglesia, en el que el Espíritu Santo, que también nos llama a través del Pueblo Santo de Dios, sea el protagonista, y no nosotros.
Por ello, la CAL, es un servicio, es una diakonía, que principalmente debe mos- trar el afecto y la atención que el Papa posee hacia la región. Diakonía, servicio, que ayude a que los diversos Dicasterios actúen de manera sinérgica y compren- diendo mejor la realidad social y eclesial latinoamericana. Diakonía que, a nombre del Papa, acompaña el caminar de orga- nismos como el CELAM y el CEAMA, y la pastoral hispana en los Estados Unidos y Canadá, en comunión con la Iglesia uni- versal.
La CAL no está llamada a ser una aduana, que controla cosas de Latinoamérica o la dimensión hispánica de Canadá y Estados Unidos, no. Su existencia como instancia de servicio está justificada por la peculiar identidad y fraternidad que vivimos las naciones de América Latina. La CAL es un organismo de la Curia Romana, parte in- tegrante del Dicasterio de los Obispos, que cuenta con dos laicos como secreta- rios –varón y mujer ahora–, a quienes he pedido que, desde su experiencia y perfil personal, de manera complementaria, nos ayuden a todos a generar nuevas dinámi- cas y nos desinstalen un poquito de algu-
La CAL está llamada a ser un organismo de servicio que colabore a que todos
en América Latina y el Caribe ingresemos en un estilo sinodal de ser Iglesia
 






























































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