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    LA VOZ DEL OBISPO
Por Mons. Luis Manuel Pérez Raygoza Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
CRISTO RESUCITADO, FUNDA- MENTO DE NUESTRA ESPERANZA
 L os apóstoles y muchos discí- pulos de Jesús, entre ellos los de Emaús, experimentaron una lacerante tristeza y frustración al pensar que con la muerte de Cristo se habían derrumbado todas sus esperanzas. Esos mismos sentimientos podrían apo- derarse de nosotros al contemplar cada día, en diversos hechos y realidades, el imperio del mal y de la muerte, aparentemente in- vencibles: familias divididas, matrimonios fracturados, adolescentes y jóvenes des- orientados; enfermos, pobres y afligidos atormentados por diversos males. Ni qué decir de tantas situaciones de mal y de muerte que cotidianamente manifiestan la deshumanización y la corrupción moral a las que hemos llegado en México: crimen organizado, secuestros, trata de personas, ejecuciones realizadas con saña diabólica, divisiones y confrontaciones de índole po- lítico, corrupción, injusticia, atentados hacia la familia, la sexualidad y la vida como Dios las creado, y un largo etcétera. Sobre la gue- rra, especialmente en Ucrania, las palabras
son insuficientes.
Y sin embargo, a despecho de todo lo
arriba mencionado, los cristianos estamos celebrando la pascua de resurrección.
¿No será un contrasentido celebrar la fiesta de la vida, de la luz y de la belleza en medio de tanta muerte, oscuridad y los ho- rrores generados por el mal?
Celebrar la pascua no es un contrasentido, pues en ella confesamos y celebramos que el Señor Jesucristo está vivo, que ha resu- citado, que ha vencido a la muerte, que él vive y está entre nosotros y que, por lo tanto, el pecado, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra. Éste es el motivo de nuestra alegría y el fundamento de nues- tra esperanza, que no se reduce a simple optimismo o a buenos deseos.
Cuando María Magdalena, Pedro y Juan buscaban a Jesús en el sepulcro, el ángel les dijo: “No está aquí, ha resucitado”. Tam- poco nosotros debemos buscar a Cristo entre los muertos. Él vive y está junto a nosotros, más aún, por la gracia del bautismo está en nosotros, vive en nosotros. Y al estar
con nosotros y en nosotros, comparte todas las vicisitudes de nuestro peregrinar terreno, nos comprende y nos acompaña; nos abraza cuando parece que la muerte se impone.
La pascua de resurrección es por exce- lencia la fiesta de la vida. Dios quiere que vivamos. Por eso nos ha dado a su Hijo, quien nos ha asociado a su muerte y resu- rrección por medio del bautismo para ha- cernos partícipes de su propia vida. Por eso, celebrar la resurrección de Cristo es también celebrar la vida nueva que Dios nos ha dado a través del bautismo.
Sólo en Cristo muerto y resucitado está el manantial de la vida. Sólo él puede hacer nuestra vida más bella y dichosa; sólo en él encontramos luz para nuestros pasos, sóloélledasentidoaloquesomosyalo que hacemos, sólo en él ha de estar nuestra esperanza. Por eso en la noche de Pascua hemos cantado: “Cristo, luz del mundo”; “Cristo es “principio y fin, Alfa y Omega, suyo es el tiempo y la eternidad”.
Si acaso en nuestras vidas sentimos el peso de la oscuridad, del vacío, del sin sen- tido o de la muerte, no perdamos la espe- ranza: Cristo es nuestra luz, Cristo es nuestra paz, Cristo es nuestra victoria. Él, el Resu- citado, es capaz de disipar todas nuestras oscuridades, él, que “volviendo del abismo brilla sereno para el linaje humano”, es capaz de salvarnos y de hacer nueva nuestra vida personal, familiar, eclesial, social. Que la certeza jubilosa de la resurrección y la re- novación de nuestras promesas bautisma- les, nos llenen de un gozo tal que compartamos con los demás esta alegría y hagamos patente que vale la pena seguirlo.
No nos quedemos esta alegría sólo para nosotros mismos. Anunciemos a Cristo, compartamos con otros el júbilo pascual, testifiquemos con nuestra propia vida que Cristo está vivo y que, con su vida, hace más hermosa y más noble nuestra vida; como discípulos y misioneros colaboremos en la construcción del reino de Dios, sem- bremos paz, vida y esperanza donde parece que solo hay muerte.
¡Cristo ha resucitado, aleluya, aleluya!
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