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 página 6 L’OSSERVATORE ROMANO domingo 14 de julio de 2024
 El Papa a los miembros y consejeros de la Pontificia Comisión para América Latina Fomentar la reconciliacion y la fraternidad
«¡La CAL debe construir puentes de reconciliación, de in- clusión, de fraternidad! ¡Puentes que permitan que el ‘caminar juntos’ no sea una mera expresión retórica sino una experiencia pastoral auténtica!». Así subrayó el Papa Francisco en la Asamblea plenaria del 27 de ju- nio, que celebró la Pontificia Comisión para América Latina. Hizo llegar su mensaje a través de san Juan Diego, y lo puso como una fuente de inspiración profun- da para la CAL y la Iglesia en América Latina. He aquí el discurso pronunciado por el Pontífice.
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra encontrarme con los miembros y consejeros de la Pontificia Comisión para América Latina que está celebrando su Asam- blea plenaria. Agradezco las palabras del Car- denal Robert Prevost. Saludo muy cordial- mente a los integrantes, invitados, y al equipo que labora cotidianamente desde la Santa Se- de al servicio de la Iglesia en la región.
Las tres preguntas que ustedes intentarán res- ponder en estos días de trabajo son muy rele- vantes: ¿qué prácticas promover en relación al desarrollo en la región «tocando la carne su- friente de Cristo en el pueblo»?; ¿cómo evan- gelizar lo social promoviendo la fraternidad frente al fenómeno de la polarización?; ¿qué servicio debe prestar la CAL a las conferencias episcopales, al CELAM y a los dicasterios de la Santa Sede?
Si nos fijamos atentamente, todas ellas no só- lo atienden a cuestiones que la realidad actual nos impone afrontar, sino que forman parte de la reforma sinodal que toda la Iglesia debe abrazar para transparentar más y mejor el ver- dadero rostro de Jesucristo.
En efecto, el Concilio Vaticano II nos ha con- vocado a una profunda renovación. Así lo manifiestan los discursos pronunciados por san Juan XXIII y san Pablo VI al comienzo del primer y segundo período de los trabajos del Concilio. El primero habló de aggiornamen- to (San Juan XXIII, Discurso en la apertura del Concilio Vaticano II, 11 octubre 1962, 4). El segundo de «floreciente renovación de la Iglesia» (San Pablo VI, Alocución en la aper- tura de la II sesión del Concilio Vaticano II, 29 septiembre 1963). Incluso, el Decreto sobre el ecumenismo del propio Concilio Vaticano II afirma valientemente que «Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne refor- ma, de la que la Iglesia misma, en cuanto ins-
titución humana y terrena, tiene siempre ne- cesidad» (n. 6).
En esta misma línea, me gusta recordar las in- cisivas palabras del cardenal Ratzinger cuan- do pensaba en la «verdadera reforma» de la Iglesia: «La reforma —cito— es siempre una ablatio: un quitar, para que se haga visible la nobilis forma, el rostro de la Esposa, y junto con él también el del Esposo, el Señor vivo. Semejante ablatio, semejante «teología nega- tiva», representa una vía hacia una meta muy positiva. Sólo así penetra lo Divino y sólo así surge una congregatio, una asamblea, una reunión, una purificación, esa comunidad pu-
juntos movidos por el Espíritu del Señor en América Latina.
Las palabras discreción, prudencia y eficacia las menciono para subrayar que la CAL no está llamada a sustituir a ningún actor de la vida eclesial latinoamericana. Pero sí está llamada a animarlos a todos, con la sencillez y profun- didad de quien confía más en el envío misio- nal y en el servicio, que en el mero activismo. De esta forma, la CAL debe promover con to- dos sus interlocutores, tanto en la Santa Sede como en el CELAM, la CEAMA, la CAL, las Con- ferencias episcopales y todos los organismos eclesiales que de manera directa o indirecta
sirven a la Iglesia en América Latina, un esti- lo sinodal de pensar, de sentir y de hacer.
A este respecto, provi- dencialmente, la CAL y la Iglesia en América Lati- na, pueden tener una fuente de inspiración profunda en san Juan Diego. Como sabemos, él era un indígena suma- mente modesto y senci- llo. La Virgen no lo esco- ge por su erudición, por su capacidad organizati- va, o por sus relaciones
con el poder. Al contrario, Santa María de Guadalupe se conmueve porque él se sabe muy pequeño: «soy cola, soy ala, necesito ser conducido, llevado a cuestas» (Nican mopo- hua, 55). La conciencia sobre su incapacidad, acompañada del descubrimiento del gran amor y cercanía que la Virgen María le tiene, le permiten a san Juan Diego ir a buscar al obispo y le ayudan a hablarle con caridad y con claridad sobre lo que la Señora del cielo le pide. El obispo, que también tiene un minis- terio que cumplir, solicita una señal para po- der creerle. San Juan Diego, obedece y en- cuentra la señal buscada en el cerro del Tepe- yac.
En estas escenas podemos ver con sencillez y profundidad sinodalidad y comunión simul- táneas. El fiel laico anuncia la buena noticia, confiando fundamentalmente en la dimen-
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 ra que anhelamos: una comunidad en la que un ‘yo’ ya no está contra otro ‘yo’» (Ser cris- tiano en la era neopagana, Madrid 1995, 19). A través de la Constitución Praedicate evan- gelium he querido precisamente colaborar a esta «ablatio» para renovar la Curia romana y, entre otras cosas, hacer de la CAL una «diako- nía» que permita que la Iglesia en América Latina pueda experimentar la atención pasto- ral y el afecto del Sucesor de Pedro (cf. Video- mensaje a la Asamblea Plenaria de la Pontifi- cia Comisión para América Latina, 27 mayo 2022).
Sin embargo, la CAL actualmente no es sola- mente un caso de la renovación de la Curia ro- mana sino que está llamada a ser sujeto activo que promueva la necesaria transformación que todos necesitamos, es decir, que ayude con discreción, prudencia y eficacia a que vi- vamos la sinodalidad, —dimensión dinámica de la comunión (cf. Ibidem)—, para caminar
 















































































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