San Silvestre I acompañó a la Iglesia en uno de sus momentos más decisivos: el fin de las persecuciones y el inicio de una nueva era cristiana.
San Silvestre I ocupa un lugar singular en la historia de la Iglesia: fue el Papa que condujo al cristianismo en uno de sus momentos más decisivos, cuando las persecuciones llegaron a su fin y la fe comenzó a expresarse públicamente. Su pontificado marcó el paso de una Iglesia perseguida a una Iglesia reconocida, sentando bases litúrgicas, doctrinales y pastorales que perduran hasta hoy.
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San Silvestre I es recordado como el Papa que gobernó la Iglesia Católica en la etapa en la que cesaron las persecuciones contra los cristianos. Durante su pontificado, el emperador Constantino, junto con Licinio, promulgó el Edicto de Milán (313), que concedió libertad religiosa y permitió profesar públicamente la fe cristiana en todo el Imperio.
Aunque se desconoce el año exacto de su nacimiento, el Liber Pontificalis (libro que contiene las biografías de los Papas desde san Pedro hasta el s. XV) señala que nació en Roma y que fue hijo de un hombre llamado Rufino.
A san Silvestre le correspondió guiar a la Iglesia en la transición histórica de la Roma pagana a la Roma cristiana. En su pontificado se celebró el Concilio de Nicea, en el año 325, donde los obispos reunidos afirmaron solemnemente la divinidad de Jesucristo frente a las herejías de la época y se formuló el Credo que la Iglesia sigue proclamando hasta el día de hoy.
No existen registros directos de una participación personal de Silvestre en dicho Concilio; sin embargo, sus contemporáneos lo reconocieron con el título de “Confesor”, una distinción que, desde el siglo IV, se otorgaba a quienes, sin haber sufrido el martirio, llevaron una vida entregada y fiel a Cristo.
También se le atribuyen importantes aportes al desarrollo de la liturgia, entre ellos la resignificación cristiana del tiempo: en el uso litúrgico se dejaron atrás los nombres de los días vinculados a divinidades paganas, conservando únicamente el sábado y el domingo, mientras que los demás días comenzaron a llamarse “ferias” con su correspondiente número ordinal.
La tradición sostiene que san Silvestre bautizó a Constantino, el primer emperador romano que se convirtió al cristianismo, cuyos antecesores fueron paganos. Gracias a este respaldo imperial, la Iglesia pudo desarrollarse con libertad y estabilidad.
Constantino donó al Papa el palacio de Letrán, que se convirtió en la Archibasílica de San Juan de Letrán, catedral de Roma y sede oficial del Obispo de Roma. Asimismo, durante el pontificado de san Silvestre se impulsó la construcción de las grandes basílicas constantinianas.
Según el Liber Pontificalis, Silvestre sugirió al emperador la edificación de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, sobre la tumba del apóstol. En ese mismo contexto surgieron otras basílicas fundamentales para la cristiandad, como la de la Santa Cruz en Jerusalén y la de San Pablo Extramuros.
El pontificado de san Silvestre se extendió por veinte años, un periodo caracterizado por la paz y la libertad para los cristianos. Murió el 31 de diciembre del año 335, fecha en la que la Iglesia Católica celebra su memoria.
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