San Martín Caballero, patrono de los comerciantes.
La historia de San Martín Caballero (conocido también como San Martín de Tours) uno de los santos más queridos por los fieles, nos recuerda que la verdadera riqueza está en compartir lo que somos y tenemos con los demás. Su gesto de cortar su capa para abrigar a un hombre que temblaba de frío no fue solo un acto de caridad, sino el comienzo de una vida completamente entregada a Dios.
Soldado del Imperio Romano antes de ser obispo, San Martín supo transformar la fuerza de las armas en la fortaleza del espíritu, y el uniforme de guerra en un símbolo de servicio y compasión. Su testimonio sigue invitando hoy a los creyentes —especialmente a quienes enfrentan la dureza de la vida diaria— a vivir la fe con generosidad, sencillez y valentía.
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Martín nació en Hungría el año 315, en el seno de una familia pagana e hijo de un tribuno romano. A sus quince años se enfiló en el ejército, portando el uniforme militar.
En el año 337, durante un frío invierno en el pueblo de Amiens, Francia, el soldado se encontró con un mendigo que tiritaba de frío y sintió el ánimo de darle algo para protegerlo. Pensó que como el ejército le había cobrado el 50% del costo de su uniforme, la mitad de éste pertenecía al ejército, pero la otra mitad era suya y podía disponer de ella. Así que, con su espada, cortó su capa y le dio su mitad al mendigo.
Según la tradición, aquella misma noche, el buen soldado fue visitado por Jesucristo, quien vistiendo la media capa que el militar le había regalado al mendigo, le dijo: “Gracias, Martín”.
Al día siguiente el soldado romano, de 18 años, tomó la decisión de retirarse del ejército para bautizarse como seguidor de Cristo; sin embargo, el permiso le fue denegado por sus superiores debido a que era uno de los mejores combatientes. Pero Martín no claudicó en su decisión.
Tiempo después, cuando los romanos se alistaban a combatir a los invasores bárbaros, el emperador visitó a su ejército para darle a cada uno de los soldados un incentivo económico antes de la batalla. Al llegar a Martín, éste le dijo: “Emperador, he luchado por ti, permite que ahora luche por Dios. Yo soy soldado de Cristo, y no me es lícito seguir en el ejército ni aceptar tu dinero”.
En el Ejército Romano no estaba permitida la deserción, por lo que el emperador podía haber mandado ejecutar al soldado, pero Martín era apreciado por todos y, de hacerlo, bajaría la moral y ocasionaría descontento en la tropa en víspera de la batalla. Por ello, el emperador prefirió burlarse de él, diciéndole: “Los bárbaros nos atacarán mañana y tu actitud, querido Martín, parece movida por el miedo más que por tu fe. Dices ser cristiano por miedo de enfrentarte y derramar sangre”. Martín le respondió: “Mañana déjeme en primera línea de batalla, sin armas, sin escudo y sin casco, así le probaré mi valor y fidelidad, y le demostraré que el miedo que tengo no es a morir, sino a derramar la sangre de otros hombres”. Así lo acordaron.
Sin embargo, no hubo necesidad de ello, pues los bárbaros se rindieron antes de iniciar la batalla. Unos dicen que fue el miedo ante el numeroso ejército romano, pero otros aseguran que lo que les espantó fue saber, por boca de sus espías, que los romanos estaban tan seguros de la victoria que incluso había soldados que acudirían al combate sin armas.
El emperador permitió entonces a Martín dejar la vida militar, y fue así que aquel buen soldado llegó a ser obispo y defensor fiel de la fe en Cristo.
Después de salir del ejército, partió a Poitiers donde conoció a San Hilario, que era en aquel entonces obispo, y lo recibió como su discípulo.
Viendo su deseo de dedicarse a la oración y a la meditación, San Hilario le cedió unas tierras en un sitio solitario, a donde se dirigió con varios amigos, fundando el primer convento en Francia.
Durante 10 años se dedicó a orar, a hacer obras de penitencia y a estudiar la Biblia. Las personas que vivían a los alrededores consiguieron, gracias a su intercesión, oraciones y bendiciones, muchas curaciones y prodigios.
En el año 371 lo invitaron a Tours con el pretexto de ir a ver a un enfermo grave, pero en realidad el pueblo quería elegirlo obispo. Apenas llegó a la catedral cuando se escuchó la aclamación de la multitud, y aunque él insistió en sentirse indigno de tal puesto, terminó aceptando por insistencia de la población.
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En Tours fundó otro convento al que ingresaron 80 monjes, y recorrió todo el territorio de su diócesis asignando un sacerdote en cada pueblo.
En poco tiempo, la predicación, piedad y los milagros que ocurrieron provocaron la desaparición del paganismo en la región, y se comenzaron a dar conversiones al cristianismo todos los días. A los primeros en convertir fue justamente a su madre y hermanos.
De acuerdo a sus biógrafos, la gente admiraba a Martín por ser siempre una persona amable y alegre, y que siempre demostraba bondad con todo aquel a quien trataba.
Por este motivo, tuvo riñas con empleados oficiales, que se dedicaban a torturar a los prisioneros para que confesaran sus delitos, ganándose la enemistad de altos funcionarios.
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Por medio de una revelación, supo el momento en que iba a morir y lo comunicó a sus discípulos. Estos se reunieron junto a su lecho de muerte, conmocionados por su próximo deceso.
Él les respondió: “Señor, si en algo puedo ser útil todavía, no rehúso ni rechazo cualquier trabajo y ocupación que me quieras mandar”.
Dios lo llamó a su lado el 8 de noviembre de 397. El medio manto de San Martín fue resguardado en un relicario, al que comenzaron a llamar “capilla” (medio manto en latín). Fue así cómo nació el nombre de capilla a los pequeños salones para hacer oración.
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