En redes sociales circula una oración que se atribuye al papa Juan Pablo II dedicada al Espíritu Santo. Sin embargo, una búsqueda exhaustiva no muestra registro de ella en la base de datos del Vaticano, si bien el texto parece una composición de algunas afirmaciones suyas.
De lo que sí tenemos total certeza es de que el Espíritu Santo era uno de los dos grandes amores del pontífice. Otra devoción, muy particular, es la que tenía por la santísima Virgen María. En efecto, en la mariología, para el papa Juan Pablo II, “se encuentran todos los grandes temas de la fe: no hay encíclica que no concluya con una referencia a la Madre del Señor”.
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En cuanto a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, Juan Pablo II lo califica como “sello del infinito amor”. Y también llega a afirmar públicamente que la súplica de los dones del Espíritu Santo le han acompañado desde su juventud y que le será fiel para siempre.
Contagiado de un fervoroso amor, dirá un Jueves Santo a sus compañeros de pastoreo: “Nos sostenga la Madre de Cristo, Madre de los sacerdotes, a la que las letanías se dirigen con el título de ‘Vaso espiritual’. María nos obtenga a nosotros, frágiles vasijas de barro, la gracia de llenarnos de la unción divina. Nos ayude a no olvidar nunca que el Espíritu del Señor nos ‘ha enviado para anunciar a los pueblos la buena nueva’. Dóciles al Espíritu de Cristo, seremos ministros fieles de su Evangelio. Siempre. Amén”.
No sólo se dirigirá a los sacerdotes. Encomendará también a los jóvenes al amparo del Altísimo y a la especial intercesión materna de la Virgen.
En su consagración a Ella, le dirá el Papa: “A ti, dulce Madre, cuya protección he experimentado siempre, esta tarde los encomiendo de nuevo. Bajo tu manto, bajo tu protección, todos buscan refugio… Tú, Madre de la divina gracia, haz que resplandezcan con la belleza de Cristo”.
De igual manera, Juan Pablo II hará una súplica al “Dulce Huésped del Alma” diciéndole: “Espíritu de vida, por el cual el Verbo se hizo carne en el seno de la Virgen, mujer del silencio y de la escucha, haznos dóciles a las muestras de tu amor y siempre dispuestos a acoger los signos de los tiempos que tú pones en el curso de la historia”.
“¡Ven, Espíritu de amor y de paz! A ti, Espíritu de amor, junto con el Padre omnipotente y el Hijo unigénito, alabanza, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén”.
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