Señor
Te pedimos por los padres,
que hoy tienen el corazón afligido
por haber perdido un hijo,
que hoy lloran un sueño roto,
una ilusión terrena que anhelaban ver florecer.
Padre de misericordia
Te pedimos por los padres y las madres
que lloran la ilusión zanjada
de aquel hijo que ha partido.
Pon en su corazón la esperanza
del reencuentro en tu amor.
Señor
Te pedimos por los padres,
que viven tristes y desconsolados
por un sueño quebrantado.
Convierte su abatimiento en alegría,
y el recuerdo de aquel hijo, en el impulso para llegar a ti.
Quien sufre la muerte de un hijo, vive una de las experiencias de dolo más profundo que se pueden experimentar, un golpe que desafía la comprensión humana; por un lado, porque en el ciclo lógico de la vida los hijos suceden a los padres, y por el otro -y acaso más importante-, porque los hijos representan sueños, anhelos y esperanzas. Esas esperanzas que de un instante a otro se cortan, dejando ilusiones ahogadas en el recuerdo, sinsentidos en la vida, horizontes vacíos.
Quienes pierden un hijo, muchas veces pasan de la incredulidad a la tristeza, de la tristeza a un sentimiento de injusticia, de este punto a la ira, de la ira a la culpa; y la culpa a veces puede ocasionar impulsos de autodestrucción, sobre todo cuando no existe la fe.
Para los cristianos, la fe es un factor fundamental, pues nos da la seguridad de que Dios existe y escucha nuestro dolor; pero sobre todo, nos hace descansar en la confianza de que Él dará cumplimiento a su promesa de una vida eterna, donde nos reencontraremos con nuestros seres queridos.
El Papa Francisco afirma que Dios escucha los dolores profundos de todas las personas, y a veces en la oración basta el saber esto. Señala que no siempre los problemas se resuelven de la manera en que se lo pedimos a Dios, y esto lo sabe el que reza, porque no es un iluso; “y más aún, superada la batalla en ocasiones se presentan otras”.
Sin embargo -considera el Santo Padre-, si sabemos que somos escuchados todo se vuelve más soportable; “porque puede suceder que no entendamos los designios de Dios, pero lo que sí sabemos es que nuestros gritos no se estancan aquí abajo, sino que suben hasta Él, que tiene corazón de Padre, y que llora Él mismo por cada hijo e hija que sufre.
“Si entramos en relación con Dios -afirma el Papa Francisco-, la vida no nos ahorra sufrimientos, pero se abre en ella un gran horizonte de bien y se encamina hacia su realización”.
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