Hemos iniciado el tiempo del Adviento, un tiempo de preparación y de espera. Por una parte nos preparamos para celebrar el nacimiento de Jesús, recordando la primera venida del Señor, con la que terminaba la espera mesiánica del Pueblo de Israel; y por otra parte el Adviento celebra el “ya” y el “todavía no” de la salvación, recordando que después de la Resurrección, y ascensión al cielo, Jesús volvería un día en la gloria de sus ángeles (Mt 16,27).
En la primera etapa del Adviento la liturgia toma un tinte de expectación, contemplando el “ya” de la victoria de Cristo sobre la muerte, pero el “todavía no” en espera de la Parusía, la segunda venida del Señor. El cristiano vive en una espera dinámica, por eso escuchamos el primer domingo de Adviento: “velen y estén preparados, porque no saben que día va a venir el Señor” (Mt 24,42); velar para esperar, no significa sentarse a esperar, sino que nos disponemos a recibir al Señor.
Los hechos de los apóstoles nos narran que después de la Ascención los apóstoles se quedaron mirando al cielo, y dos hombres vestidos de blancos les dijeron: «Galileos, ¿por qué permanecen mirando al cielo? Este Jesús, que ha sido llevado al cielo, volverá así tal como lo han visto marchar al cielo» (Hch 1,11).
Siguiendo este camino de espera y preparación, el segundo domingo nos invita a la conversión, y se nos anuncia que el Reino de los cielos está por llegar, aparece Juan el Bautista y nos exhorta a preparar el camino del Señor.
El tercer domingo, denominado Gaudete, tiene un matiz especial, se enfatiza la espera gozosa del cumplimiento definitivo de la redención; el pueblo de Israel esperaba los signos mesiánicos para identificar la llegada del Salvador, los cristianos esperan la última venida gloriosa, donde las promesas mesiánicas alcanzarán su cumplimiento total y definitivo.
La segunda etapa del Adviento, se centra en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, de la descendencia de David. Contemplamos el diálogo que el Señor tiene con José, para poder asumir la tarea de fungir como padre de Jesús, el pasaje de la anunciación y la visitación. Seremos testigos del fiat de María y formaremos parte de esa creación que expectante espera la respuesta de María ante el anuncio del ángel, cada año tenemos la oportunidad de revivir el momento en que la Virgen María acepta ser la madre del Mesías, y se cumpla la promesa del Señor.
En este tiempo la Iglesia se prepara con signos litúrgicos que identifican el Adviento y el camino de preparación para la celebración de la Navidad. Utilizamos el color morado en la liturgia como signo de sobriedad, se omite el Gloria, y queda reservado para la navidad, elaboramos la corona de Adviento, que hace presente los cuatro domingos de Adviento, encendiendo una luz nueva cada domingo hasta tener nuestras cuatro luces ardiendo, la luz de Cristo que nos viene a iluminar con su nacimiento entre nosotros. Además de los signos litúrgicos, decoramos nuestras casas con el Nacimiento, con luces, con el árbol de navidad, esferas, nochebuenas, y cuanto adorno se nos ocurre, para hacer patente la alegría del Pueblo de Dios, al conmemorar año con año el nacimiento del Salvador.
Vivamos este Adviento adentrándonos en esta doble dimensión, esperando la segunda venida del Señor, al mismo tiempo que celebramos con gozo la primera venida, el misterio de la Encarnación.
*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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