Cada año la Iglesia dedica el mes de junio a celebrar al Sagrado Corazón de Jesús, por ello reflexionamos en este artículo sobre algunos aspectos del corazón del Señor.
“El amor que Dios nos tiene se ha manifestado en que envió al mundo a su hijo unigénito para que vivamos por él” (1Jn 4,9). La solemnidad del sagrado corazón de Jesús es una gozosa contemplación y proclamación del amor infinito, gratuito e incondicional de Dios por todos y cada uno de los seres humanos; amor manifestado de forma eminente e incomparable en Jesús, quien con su encarnación y su misterio pascual nos ha mostrado cuán valiosos somos todos a los ojos de Dios.
En la cultura bíblica el corazón tiene un profundo significado antropológico y teológico. La Biblia no entiende el corazón únicamente como el órgano físico, ni tampoco lo vincula prioritariamente con los sentimientos y emociones.
Para la Biblia el corazón se identifica con la interioridad más profunda de la persona; es la sede de los pensamientos, las convicciones, los deseos y, sobre todo, las decisiones más determinantes del ser humano.
Por ello, en el Sagrado Corazón de Jesús descubrimos que Dios, en Cristo, ha tomado la libre determinación de entregarnos su amor, su fidelidad y su propia vida en Cristo. Ahora bien, el amor de Cristo por nosotros, aunque es un amor intenso y apasionado, es mucho más que sentimientos y emociones; es un amor que se ha manifestado con la entrega de Jesús a cada uno de nosotros en su encarnación, muerte y resurrección. De ahí que san Juan nos dice: “El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y nos envió a su Hijo, como víctima de expiación por nuestros pecados”. (1Jn 4,10)
Gratuidad del amor de Dios
Entre los rasgos del amor de Cristo por nosotros se encuentra la gratuidad.
¡Cristo nos ama gratuitamente! ¡Nos ama porque así lo ha decidido, porque así lo quiere! ¡Y nos ama incondicionalmente! No tenemos que ganarnos su amor,¡ya lo tenemos! Y por eso nuestra respuesta a ese amor no es tratar de ganárnoslo, sino de aceptarlo y de responder a él, también con amor: amor a Dios y amor a nuestros semejantes.
Uno de los pasos más importantes y decisivos en el camino de maduración en la fe es precisamente creer, “con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas” lo mucho que Dios nos ama y que nos ama gratis; que no hemos de vivir angustiados pretendiendo “granjearnos” el amor de Dios, “contentarlo” para que nos ame. Él nos ama ya. ¡Creámoslo! Ese sería el más grande regalo que pudiésemos ofrecerle al Sagrado Corazón de Jesús: creer en su amor.
Y si creemos en ese amor gratuito e incondicional de Jesús por nosotros, la vida nos cambia; todo se ilumina a nuestro alrededor, somos capaces de ver la vida, vernos a nosotros mismos y a los demás de una forma completamente distinta, con los ojos de Dios.
En el Evangelio de la solemnidad litúrgica del Sagrado Corazón de Jesús leemos: “Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio” (Mt 11,28). La carga a la que se refiere Jesús es la que habían puesto sobre los hombros del pueblo de Israel las autoridades religiosas con una interpretación muy pobre y estrecha de la ley, una interpretación legalista y angustiante que generaba la idea de que para que Dios amara a las personas, era preciso cumplir meticulosamente una serie de aproximadamente 736 normas, prohibiciones y rituales, etc.
Esto hacía que muchas personas vivieran la fe con mucha angustia, sintiéndose siempre culpables ante la obvia dificultad de estar a la altura de tantas exigencias planteadas por la interpretación farisaica de los mandamientos de Dios. Por ello, cuando Jesús dice: “Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio” (Mt 11,28) está invitándonos a confiar en él, a creer que su amor por nosotros es gratuito e incondicional.
Y después Jesús dice: “Mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 28,30). Es lógico, si nos dejamos tocar y transformar por el amor de Cristo, sus mandamientos no nos resultarán pesados, pues descubriremos en ellos un camino de libertad, una forma muy concreta de amar a Dios y a nuestros semejantes, como lo dice san Juan: “Si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros” (1Jn 4,11).
Que las celebraciones dedicadas al Sagrado Corazón de Jesús durante el mes de junio nos fortalezcan en la certeza del amor gratuito, incondicional e inconmensurable de Dios por todo ser humano.
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