La voz del Obispo

¿Cuál debe ser la actitud de los católicos ante la violencia intrafamiliar?

La violencia intrafamiliar es una lamentable realidad en muchas familias. Todo ser humano necesita del amor para madurar y realizarse, pues una buena parte de su solidez existencial y emocional depende de la certeza de ser amado y de poder amar.

Dios dispuso que experimentáramos el amor, en primer lugar en una familia. Sin embargo, para muchos seres humanos, su núcleo familiar está lejos de ser el espacio afectivo en donde se sientan respetados, acogidos e incondicionalmente amados; miles de personas son azotadas por la violencia intrafamiliar en sus múltiples manifestaciones a manos de las personas que más deberían respetarlas y amarlas.

Es alarmante el número de mujeres que mueren diariamente en México a causa de golpes, heridas graves o suicidios cometidos como aparente salida a su dolor.

Cotidianamente se repiten los crímenes fratricidas iniciados por Caín en contra de su hermano Abel, se elevan al cielo los gritos desesperados de mujeres, ancianos y niños que no pueden defenderse, que viven vulnerados en su dignidad y heridos sangrientamente por familiares agresores.

Ciertamente la violencia intrafamiliar es un fenómeno extremadamente complejo; su análisis y los intentos de solución requieren múltiples enfoques y un trabajo interdisciplinar y conjunto por parte de diversos órganos sociales, políticos y religiosos, pero se debe comenzar por cultivar en el hogar el respeto de unos por otros, el amor, el diálogo, la reconciliación y el manejo adecuado de los conflictos.

¿Qué hay en el fondo del corazón del agresor?

Frente a una realidad tan lacerante, vale la pena preguntarse desde la perspectiva de la fe: ¿qué hay en el fondo del corazón de un ser humano que con pleno conocimiento de causa se lanza contra la integridad de uno o más familiares para agredirlos física o verbalmente, dejando estigmas y traumas imborrables?

En una persona así, casi siempre encontraremos no sólo un desequilibrio mental, sino también, como en Caín, un corazón enfermo y dividido, en lucha y rebeldía contra Dios y, en consecuencia, apostatando contra sí mismo y contra los demás.

El libro del Génesis, en la persona de Caín, presenta el perfil del hombre fratricida como aquel que, enemistado y resentido contra Dios, en conflicto consigo mismo, confundido y abatido en el corazón, herido y enfermo en el amor, se deja dominar por el pecado lanzándose contra su hermano para matarlo (cf. Gn 4,6-7).

El corazón de un victimario de sus propios familiares muchas veces es un corazón herido en el amor, incapaz de resolver sus problemas más profundos, carente de unidad y de equilibrio, incompetente en el manejo de sus impulsos y reacio para abrirse al amor humano y al amor divino.

El encargo de proclamar el amor

Delante de esta realidad, los católicos no hemos de dejarnos abatir por el pesimismo, pues tenemos el encargo de proclamar y ofrecer la única fuerza capaz de sanar y transformar los corazones desde la raíz: el amor de Dios.

Desde este punto de vista, es necesario el anuncio del Evangelio, el bálsamo del consuelo y la ayuda solidaria a quienes son víctimas, pero también el anuncio del kerygma y la evangelización para quienes son victimarios.

¿Qué debemos hacer los católicos ante el tema de la violencia intrafamiliar?

La violencia intrafamiliar nos exige cuidar de nuestras propias familias, pero además:

-Ejercer la denuncia profética de las personas y situaciones que favorecen el desarrollo del problema

-Motivar el replanteamiento de la educación

-Exigir diligencia en la impartición de justicia, la custodia de los derechos humanos, la atención subsidiaria y solidaria a las víctimas

-Favorecer al máximo posible que los victimarios se abran a la acción de Dios y puedan sanar las profundidades del corazón.

Por eso, ante el incremento de la violencia intrafamiliar, estamos llamados a refrendar nuestro compromiso en favor de las familias heridas.

Como discípulos de Cristo no deseamos acostumbrarnos a este panorama desolador, ni tampoco queremos evadir cómodamente una situación que parecería irremediable.

El amor de Cristo nos apremia y es mucho, lo que como fieles cristianos, podemos aportar para atender  la voz  de tantas víctimas que se han quedado sin voz y sufren en silencio anhelando una vida más humana.

Cada lunes a las 21:00 horas (tiempo del Centro de México) participa en la Voz del Obispo.

Aquí puedes ver el video del encuentro con el obispo:

 

Mons. Luis Manuel Pérez Raygoza

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