Un autor contemporáneo de espiritualidad, Jacques Philippe, dice en su obra La oración, camino de amor (Rialp, Madrid, 2014, pág. 11)
Lo que más necesita el mundo de hoy es la oración. De ahí precisamente nacerán todas las renovaciones, las curaciones, las transformaciones profundas y fecundas que deseamos para nuestra sociedad. Nuestra tierra está muy enferma, y solo el contacto con el cielo la podrá curar.
Con esta convicción he decidido que las sencillas colaboraciones que me corresponda ofrecer para el espacio de encuentro en Facebook-live “La voz del obispo”, durante lo que resta del año 2021, aborden algunos aspectos de la oración y su importancia en la vida cristiana.
Señalo desde ahora que las ideas que comparta en los breves “artículos” de este foro, las tomaré sustancialmente de la “Introducción a la vida de oración” que escribí para el Enchiridion precum del Seminario Conciliar de México en el año 2013, páginas 21-34.
El ser humano, creado por Dios a su imagen y semejanza para la comunión vital con él, experimenta de múltiples maneras la necesidad interior de entrar en relación profunda con su Creador y Señor. La oración es una de las formas privilegiadas que Dios nos ofrece para fortalecer la comunión con él, comunión a la que el creyente ha sido ya introducido por medio del bautismo.
De hecho, “La oración es una expresión eminente del ejercicio de las virtudes teologales y, por lo tanto, […] un medio indispensable para crecer en [la] unión con Dios Uno y Trino”
El Catecismo de la Iglesia católica define la oración como “la relación viviente y personal con el Dios vivo y verdadero” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2558) y como la “elevación del alma a Dios” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2559). Esto significa que la oración es encuentro con Dios, apertura a su presencia y diálogo con él de tú a Tú, de amigo a Amigo; disposición para la comunión con él, escucha y acogida de su voluntad.
Por eso la oración ayuda a madurar en la amistad con Dios, pues como decía santa Teresa de Jesús, la oración es “tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama” (Teresa de Jesús, Libro de la vida, 8).
La oración puede adoptar diversas formas o expresiones: adoración, alabanza, acción de gracias, petición de misericordia, súplica o intercesión, pero es siempre comunión de amor con el Padre por medio del Hijo en el Espíritu Santo.
Es el Espíritu Santo quien capacita al orante para el diálogo de amor con Dios Padre (Costa, “La dimensione cristologica, pneumatologica, trinitaria ed ecclesiologica della preghiera” en Enciclopedia della preghiera, 206). Por lo tanto, la oración es don y gracia y por eso, para madurar en ella, es preciso acoger con atención, humildad y agradecimiento, el don inmerecido que Dios nos hace.
Recalquemos que la humildad es la base de la oración, pues ella nos dispone para recibir gratuitamente el don de la oración.
La oración es también respuesta personal, pues aunque tiene su origen en la iniciativa libre de Dios, quien mediante su Espíritu nos llama a entrar en diálogo con él, requiere de la libertad y colaboración del ser humano, tema que abordaremos en nuestra siguiente colaboración.
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