Participa cada lunes a las 21:00 horas (tiempo del centro de México) en La Voz del Obispo en Facebook Live. Este lunes 12 de abril podrás conversar con el autor de este texto sobre la Divina Misericordia, el Obispo Auxiliar, Mons. Salvador González.
El segundo domingo de Pascua celebramos desde hace 21 años como un legado de San Juan Pablo II la fiesta de la Divina Misericordia. La vidente santa Faustina Kowalska comunicó un mensaje acompañado de una imagen de Nuestro Señor Jesucristo, en ellos descubrimos cómo es que Dios nos ha querido dar en la Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo Santísimo su Misericordia a toda la humanidad. Esto nos lleva con claridad a confiar plenamente en su Misericordia, a abandonarnos completamente en ella, a dejar tocar nuestra miseria por esta abundante cercanía.
Ahora bien, además del dejarnos abrazar por la Misericordia, lo cierto es que como hemos aprendido en el Evangelio y ha sido especialmente subrayado por el Papa Francisco durante el Jubileo extraordinario de la Misericordia, es importante que como Iglesia atendamos la invitación del Señor: “… sean misericordiosos como su Padre es misericordioso…”. Como lo dice extraordinariamente el Papa: “…, la misericordia no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su misma existencia, que manifiesta y hace tangible la verdad profunda del Evangelio. Todo se revela en la misericordia; todo se resuelve en el amor misericordioso del Padre” (Carta apostólica Misericordia et misera 1).
Es por eso que una manera de celebrar la Misericordia divina podría ser a través de la vivencia de todos los principios que nos permitan seguir gestando una auténtica cultura de la misericordia. El Cardenal Walter Kasper en su obra “La misericordia. Clave del Evangelio y de la vida cristiana”, nos regala magníficas pistas para llevar adelante esta tarea fundamental y actual para nosotros los cristianos. Primero que nada, porque el Señor Jesús envió a sus discípulos y a su Iglesia al mundo, y el orden económico y social no implica solo cuestiones técnicas objetivas, sino también afecta a las personas y a la configuración y el cultivo de la vida humana. Y es la Doctrina social de la Iglesia la que intenta reflexionar sobre las cambiantes situaciones sociales humanas a la luz de los fundamentos antropológicos cristianos.
Así las cosas, la dignidad de la persona humana al centro y su pertenencia a la sociedad, junto con la búsqueda de la justicia, ayudados por los principios de subsidiariedad y solidaridad han sido el objeto de reflexión del pensamiento social de los últimos santos Padres desde León XIII. Y es el Papa Benedicto XVI quien puso desde su primera encíclica “Deus caritas est” el amor como punto de partida para la reflexión, y en “Caritas in veritate” lo señala como camino principal y principio fundamental de la doctrina social de la Iglesia.
Por eso el Cardenal Kasper nos deja ver que estas reflexiones sobre los principios que están involucrados llevan directamente a consecuencias muy serias en el campo social y político, pero lo más importante es que pueden ser fuente de motivación e inspiración para formular y realizar soluciones concretas. Pues como lo ha dicho el Papa Benedicto XVI: “El amor -caritas- siempre será necesario, incluso en las sociedades más justas […] Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre” (Deus caritas est 28). Es por eso que no necesitamos dice el Papa, un Estado que pretenda absorber todo, sino más bien uno que atendiendo al principio de subsidiariedad, reconozca y apoye las iniciativas de las diversas fuerzas sociales, entre las cuales nos ubicamos nosotros la Iglesia.
Después, como el mundo no está acabado; una y otra vez aparecen nuevas situaciones de necesidad, pobreza y crisis. Si no hay misericordia, estos estados no sólo no se atenderán, sino que incluso pueden pasar desapercibidos: refugiados, inmigrantes, etc.
Por otro lado, es importante reconocer que existen formas de necesidad y pobreza que no se valoran en términos de ingreso mínimo “per capita” para satisfacer necesidades básicas: pobreza relacional, soledad y aislamiento; pobreza cultural, dificultades para acceder a la educación, a la vida social y cultural; pobreza espiritual, vacío interior, ausencia de sentido y orientación.
Cuando se tiene un mero Estado de bienestar se corre el riesgo de hacer de la misericordia un negocio. El ejemplo más claro lo tenemos en el sistema hospitalario y la asistencia a los adultos mayores.
Y es que el amor y la misericordia tienen su lugar ante todo en las relaciones humanas de proximidad; aunque no sólo pues también son una condición fundamental e indispensable para la convivencia en un pueblo, e incluso entre los pueblos.
Más allá de una cultura de la justicia, es necesario construir una “civilización del amor”, tal como lo han dicho los últimos santos Padres; y ésta es la forma en cómo la Iglesia y los grupos eclesiales contribuyen de alguna manera a la humanización de la sociedad y del sistema social; pues se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social, dice el Papa Francisco en Fratelli tutti (180).
Como podemos darnos cuenta para el Cristiano, vivir la misericordia va más allá de una simple devoción, pues ésta conlleva un serio compromiso en el orden social, económico y político; que nos convierte en verdaderos artífices de la civilización del amor.
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