Este es el verbo más pronunciado en el aula sinodal el año 2018. Era el mes de octubre en la asamblea XV Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Allí se trató el tema sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Un numeroso grupo de jóvenes abordaron este verbo como un deseo y una solución a una de las grandes dificultades que existen entre la Iglesia católica y la juventud.
Quizás conviene recordar que es bueno diferenciar entre oír y escuchar. Oír es un fenómeno que pertenece al orden fisiológico, dentro del territorio de las sensaciones. Nuestro sentido auditivo nos permite percibir los sonidos en mayor y menor medida. Oír es sencillamente percibir las vibraciones del sonido. Es recibir los datos suministrados por el emisor. Oír es pasivo. Escuchar es la capacidad de captar, atender e interpretar los mensajes verbales y otras expresiones como el lenguaje corporal y el tono de voz. Representa deducir, comprender y dar sentido a lo que se oye. Es añadir significado al sonido.
Escuchar es oír más interpretar. La escucha es una necesidad que tiene la sociedad para prevenir las situaciones que generen malos entendidos o conflictos. El escuchar provoca cercanía de las personas y mantiene relaciones interpersonales armoniosas. La escucha activa consiste en poner mucha atención, sin interrumpir ni juzgar lo que dice la otra persona. En la escucha activa nunca se opina sin antes escuchar completamente; no se interrumpe para dejar a medias lo que la otra persona tiene que decir.
Desde el punto de vista neurológico está demostrado que las palabras tienen el poder de activar por ellas mismas los centros del miedo y de la ira y también del cariño y la confianza dentro de una parte de nuestro cerebro. Está comprobado que la reacción en nuestro cerebro es diferente cada vez que escuchamos a la otra persona. Una escucha empática se produce cuando el mundo emocional se comparte con el otro desde la libertad. Para escuchar sanamente ayuda mucho el saber mirar —cómo veo, cómo observo, cómo juzgo— y saber amar. Cuando trabajamos nuestro mundo emocional miramos con ojos que sanan y escuchamos con oídos de esperanza.
Difícilmente podemos ser expertos de Dios, si no escuchamos y aceptamos nuestra propia historia personal. Si escuchamos con prejuicios o si escuchamos lo que queremos y cuando queremos entonces seremos personas difíciles que provocan conflictos y experimentan un aislamiento casi enfermizo.
Estamos en un tiempo en donde podemos romper la superficialidad de las personas más cercanas con una escucha sana y empática. La Dra. Rojas Estapé, insiste que “nunca hemos tenido acceso a tanta información y nunca hemos sido tan vulnerables al engaño. Estamos enamorados de lo superfluo, y cada vez somos más incapaces de profundizar y llegar al trasfondo de las personas y las cuestiones. Nos quedamos en titulares, en rumores, en comentarios superficiales sobre los demás que condicionan nuestros juicios”.
Nuestra corteza prefrontal es la parte del cerebro que pilota la concentración y es la zona del autodominio y se desarrolla cuando tenemos más tiempos de silencio, lectura y reflexión interiorizada. Recordemos que las capacidades del cerebro o las usas o las pierdes.
Si sustituimos la memoria por Wikipedia, el sentido de la orientación por Google Maps, y la atención por la pantalla, tendremos menos capacidad para conducir la realidad desde dentro. Quien sabe guardar silencio interior sabe escuchar empáticamente. El silencio es un componente esencial en la escucha: guardar silencio no significa estar ausente. Implica mantener una postura atenta, abierta y relajada.
En el ejercicio de la escucha nos ayuda, junto con a la mirada para indicar a la otra persona que estamos ahí y que lo que nos relata nos parece verdaderamente interesante. Desde el silencio redescubrimos nuestra capacidad de escucharnos a sí mismos, escuchar todo aquello que está inscrito en lo íntimo de toda persona. El Papa Francisco en su mensaje sobre la jornada de comunicación del pasado año insistía que no podemos sino escuchar lo que nos hace únicos en la creación: el deseo de estar en relación con los otros y con el Otro. No estamos hechos para vivir como átomos, sino juntos.
Además, en este mismo mensaje señaló tres grandes personajes que nos ayudan a escuchar: primero el rey Salomón que demostró sabiduría porque pidió al Señor que le concediera un corazón capaz de escuchar, después san Agustín que invitaba en sus sermones a escuchar con el corazón (corde audire), a acoger las palabras no exteriormente en los oídos, sino espiritualmente en el corazón. Y San Francisco de Asís que exhortaba a sus hermanos a inclinar el oído del corazón.
La escucha es una habilidad social que además de ser aprendida en la familia, en la escuela presenta un abordaje especial, debido a que la sociedad actual demanda escuchas activos capaces de comprender lo que el otro está diciendo en el momento de interactuar e intercambiar ideas y opiniones con su interlocutor.
Una de las estrategias para construir la paz en la Ciudad de México es la multiplicación de centros de escucha ya que fortalecen las relaciones familiares, laborales, personales, de tal manera que se reducen los conflictos; disminuyen los malentendidos; se comprenden mejor las emociones; se mejora la vida en la sociedad.
Para escuchar activamente es necesario hacer silencio exterior e interior. Conseguir que el interlocutor se sienta en confianza: Demostrar que estás dispuesto a escucharle se trata de adoptar una posición abierta y activa, manifestando claramente interés y escuchándole para tratar de comprender, los movimientos afirmativos de cabeza y algunas palabras del estilo de “sí, sí”, “ya veo”, resumir y confirmar las afirmaciones de quién nos trasmite el mensaje, formulando las frases con una tonalidad adecuada (no con incredulidad), con empatía y respeto, pero sin abusar de ellas, permitiendo que la persona pueda exponer su problema sin interrumpirle ni realizar conclusiones prematuras, facilitando que exprese sus sentimientos, sus expectativas, sus esperanzas y cómo afecta aquello a su vida.
Algunos gestos que no debemos tener en una actitud de escucha son las siguientes:
Dominar las emociones, una persona enojada siempre malinterpreta las palabras.
Evitar criticar y argumentar en exceso: ya que esto situaría al interlocutor a la defensiva, conduciéndole probablemente a que se enoje o se calle.
Preguntar cuanto sea necesario: además de demostrar que le estamos escuchando, le ayudaremos a desarrollar sus puntos de vista con mayor amplitud.
Conocer y saber interpretar el lenguaje no verbal: tono y ritmo de la voz, gestos con las manos, expresiones de rostro y postura del cuerpo.
Manifestar afecto a través de gestos: una mano en el hombro o un abrazo dependiendo de la confianza que exista entre los integrantes del diálogo, así como palabras que inspiren ánimo y confianza (no rechaces ni reproches).
La creación de centros de escucha en la arquidiócesis de la Ciudad de México facilitan un acompañamiento que permite clarificar posturas y decisiones vitales, que contribuye a encontrar equilibrio emocional, a discernir con criterio frente a los problemas que los habitantes de nuestra arquidiócesis se enfrentan a diario a través del diálogo con expertos en la escucha y en un clima de respeto y comprensión, la persona en dificultad dispone del marco idóneo para el autoconocimiento, para el crecimiento personal y la exploración de alternativas saludables para así resolver sus problemas.
Escuchar además de ser una actitud sinodal es el mejor instrumento que tenemos para construir la paz en México.
*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.
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