En el mes de noviembre, el día primero, festejamos el día de todos los santos, dedicado a honrar a todos los conocidos y desconocidos que han vivido de manera santa y heroica la fe católica. Esta fiesta se celebra desde el siglo IV en las Iglesias de Oriente, y en las Iglesias de Occidente desde el siglo VIII, instituido oficialmente por Gregorio III en una capilla de la Basílica de San Pedro y por Gregorio IV, en el siglo IX en toda la Iglesia. Su objetivo es celebrar, como ya lo dije anteriormente, a todos los santos, conocidos o no, e inspirar a los fieles a buscar la santidad.
La Iglesia Católica, de manera solemne, celebra esta gran fiesta para conmemorar a quienes ya gozan de la presencia de Dios. Igualmente, el día 2 de noviembre, en México, festejamos a todos los fieles difuntos, donde están llenas las festividades de una tradición cultural y prehispánica única en el mundo.
Pero siguiendo nuestro objetivo de hablar de algún santo o varios santos del mes, ahora nos referiremos a San Martín de Porres que se celebra el día 3 de noviembre. Aunque el día de su celebración ya pasó, su ejemplo sigue siendo un faro de santidad al que podemos aspirar cada día. Su vida nos recuerda que alcanzar la santidad es posible desde los actos más simples.
En el año de 1579, en Lima, Perú, nació Martín, hijo de Juan Porres de origen español, y Ana Velásquez, panameña. Martín fue bautizado en la Iglesia de San Sebastián, de Lima. Muere el 3 de noviembre del año 1639. Reconocido como una figura emblemática de la espiritualidad cristiana latinoamericana.
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Martín de Porres, a pesar de las dificultades de su vida, logró aprender medicina. A los 15 años decidió entrar al convento de Santo Domingo profesando en el año 1603. Ya en el convento, por sus virtudes e inteligencia, lo nombraron “enfermero de la orden”. Siempre dispuesto a ayudar a los pobres con dos grandes características: la humildad y el servicio.
Por su condición humilde de nacimiento, lo despreciaban y humillaban mucho, a lo que nunca respondió con agravios. A este gran hombre se le invoca como patrono de la justicia social. Fue canonizado por Juan XXIII en el año de 1962.
Su vida, marcada por la humildad, el servicio a los más pobres y la profunda unión con Dios ha sido fuente de inspiración para generaciones de cristianos, y su espiritualidad está impregnada de un sentido místico profundo que refleja la unión con lo divino a través del amor al prójimo.
Vale la pena recordar que la espiritualidad se refiere a la aceptación de un ser superior que está por encima de todas las cosas, que me provoca paz interior y una relación empática con los demás, mientras que la mística va en sentido de la contemplación y la unión profunda e interior con Dios, a través de la oración contemplativa. No se puede ser místico sino se es espiritual, porque el ser místico implica una experiencia espiritual.
San Martín de Porres tenía la espiritualidad de la humildad y el servicio, incluso esa era una de las razones por las que lo nombraban el ‘santo de la escoba’, dedicado a servir en las tareas más humildes del convento Dominico. Servir, era para San Martín, el medio de acercamiento a Dios. Esta espiritualidad de humildad y servicio lo llevó a identificarse con los más pobres, dedicado a curar a los enfermos y mendigos.
Su mística fue el ejercicio de la caridad, demostrando su amor a los demás en el amor a Dios, de esta manera mantenía sus actos de compasión y servicio incondicional hacia el prójimo, alimentando a los pobres y fundando orfanatos y refugios. Para san Martín de Porres, la caridad no era solo una virtud, sino una experiencia transformadora que le permitía vivir en comunión con Dios.
En su caridad, San Martín tenía un carisma especial para la reconciliación, mediaba en conflictos, sobre todo entre diferentes grupos raciales y sociales. Tenía también, una gran capacidad de dar paz y armonía que se reflejaba en su profunda vida interior, en la que veía a cada persona como un hijo amado de Dios.
No podía faltar en la espiritualidad de San Martín su vida de oración y penitencia. Como todos los santos, pasaba largas horas en oración y contemplación, buscando estar en constante comunión con Dios. Se le atribuían dones místicos como bilocación, levitación y la capacidad de comunicarse con los animales, los cuales reflejaban su cercanía con el Creador y su respeto profundo por toda la creación.
Una característica de San Martín era su vida austera, practicando penitencias para disciplinar su cuerpo y mantener su mente y corazón enfocados en lo divino. Esta dimensión mística de su espiritualidad no solo lo conectaba con Dios de manera extraordinaria, sino que también le daba la fuerza para continuar su incansable trabajo al servicio de los demás.
Como muchos santos, San Martín, experimentó un fuerte sentido de identificación con el Cristo crucificado, por lo que, en sus sufrimientos veía una oportunidad para unirse a los padecimientos de Jesús. Esta dimensión cristocéntrica de su espiritualidad le daba un sentido profundo a su propia vida y misión, viendo en el sufrimiento una vía para la redención personal y para ofrecer alivio a los demás.
La espiritualidad y mística de San Martín de Porres se fundamentan en una vivencia radical del Evangelio, marcada por la humildad, el servicio, la caridad y la oración. Su capacidad de ver a Cristo en los pobres y enfermos, su vida de mortificación y su cercanía mística con Dios. En su ejemplo, los cristianos encuentran un camino claro hacia la santidad, no a través de grandes hazañas, sino en los actos sencillos de amor y servicio.
4 de noviembre: San Carlos Borromeo
10 de noviembre: San León Magno
11 de noviembre: San Martín Caballero
15 de noviembre: San Alberto Magno
22 de noviembre: Santa Cecilia
25 de noviembre: Santa Catalina de Alejandría
28 de noviembre: Santa Catalina Labouré
30 de noviembre: San Andrés Apóstol
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