El pasado 4 de septiembre el Papa Francisco beatificó al Papa Juan Pablo I, el llamado “Papa de la Sonrisa”, y resaltó como su mayor legado la alegría del Santo Padre quien “con una sonrisa logró comunicar la bondad del Señor”.
Pero no todo fue miel sobre hojuelas en el camino de Albino Luciani, la vida lo puso en muchas y diversas situaciones dignas de borrarle la sonrisa a cualquiera, sin embargo, su humildad (el lema de su papado) y caridad (siempre del lado de los más necesitados) le caracterizaron para dar testimonio de su fe a través de una actitud alegre y piadosa la cual se ha convertido en el sello de su pontificado.
3 virtudes del “papa de la sonrisa” para vivir con alegría nuestra fe:
“Humildes, humildes: es la virtud cristiana que a todos toca”
Un Papa dispuesto a revolucionar todas aquellas prácticas que se alejarán de la doctrina de humildad y servicio que Jesucristo tanto enalteció. Dicha lucha le costó muchas críticas y enemistades, sin embargo, jamás titubeó en sus decisiones. Fue un hombre claro en las disposiciones que nuestro Señor le había confiado y jamás buscó ganar adeptos, sino cumplir con la voluntad de Dios.
Su mansedumbre fue objeto de dudas sobre su capacidad para ocupar altos mandos al interior de la iglesia, sin embargo, fue precisamente su benignidad la mayor fortaleza de su pontificado. Es así que emprendió con mucho éxito batallas que siempre estuvieron basadas en el amor y la oración. El “Papa de la sonrisa” nos enseñó que la alegría es en verdad reflejo de una fuerza interior que nace directamente de la fe en Dios y de la paz por vivir conforme a su voluntad.
“No es la violencia la que puede todo, sino el amor.”
“Personalmente, cuando hablo solo con Dios y la Virgen, más que adulto prefiero sentirme niño. La mitra, el solideo, el anillo desaparecen; mando de vacaciones al adulto y también al obispo, para abandonarme a la ternura espontánea que tiene un niño delante de papá y mamá”.
Se dice que Juan Pablo I tenía la virtud de explicar de forma simple los conceptos más complicados. A pesar de tener la habilidad de la grandilocuencia siempre buscó hablarle al corazón de la gente, pero, sobre todo, hablar con sus acciones siempre congruentes, mostrando a todos que una sonrisa dice mucho más que mil palabras.
“Dios es Padre, más aún, es madre. No quiere nuestro mal; sólo quiere hacernos bien, a todos”.
Fue esta una de sus frases más controversiales, especialmente por el contexto histórico y cultural en el que hizo esta contundente declaración. Juan Pablo I nos enseñó que justo en los momentos de mayor obscuridad es cuando debemos de buscar el refugio en Dios como lo buscamos en los brazos de una madre. Esperemos en Dios, pues Él nos acoge con plena aceptación, con un amor imperecedero, un amor que no se puede explicar, pero bien se puede sentir en cada respiro. Un amor que no se construye, sino que simplemente es, como la esencia misma de la vida, el fin único y último de la existencia del hombre.
El Papa Juan Pablo I es un ejemplo claro de que no es la cantidad sino la calidad lo que importa, a pesar del brevísimo periodo de su pontificado, 33 días le fueron suficientes para que de él recibamos un inmenso legado: su esfuerzo por consolidar una Iglesia que si Jesús volviera le fuera sencillo reconocer, una iglesia plena en humildad, esperanza y caridad.
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