Decía San Francisco de Sales que sólo los que no caminan no tropiezan, que es natural que en este mundo suframos caídas, pero que no por eso hay que desanimarse ni permanecer caídos. Hay que volverse a levantar cada vez, con la ayuda de Dios, y aprovechar el conocimiento de qué nos hizo caer, para procurar firmemente evitarlo la próxima vez.
Eso de tener pena de ir a confesarse es treta del maligno para que no recibamos el perdón de Dios y Su gracia sobrenatural para superar el pecado.
Tenemos que librarnos de la pena y no dejar de confesarnos, cada vez que tengamos conciencia de haber cometido un pecado grave (el que se comete con pleno conocimiento, pleno consentimiento y que es considerado pecado grave por la Iglesia) tantas veces como sea necesario, claro, siempre con firme propósito de enmienda, es decir, de corregirse y no seguir pecando. Y procuremos también confesarnos con regularidad los pecados veniales porque si se les descuida y se acumulan facilitan que se cometa un pecado mayor.
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Al que ha caído, la gracia divina del Sacramento de la Reconciliación le ayuda a levantarse, con un sincero arrepentimiento y propósito de enmienda, y al que está a punto de caer le da la firmeza para no tropezar.
No desaprovechemos ese invaluable regalo y poco a poco lograremos, con la ayuda de Dios, evitar caer en aquello en lo que antes caíamos con tanta facilidad.
Debemos tener presente algo más que decía San Francisco de Sales: que siempre hay que mantenerse alerta para no pecar, pues sólo estaremos por encima de toda tentación cuando estemos muertos y salvados. Como quien dice, que en este mundo nos toca luchar continuamente contra nuestras miserias, pero ojo: sin desesperación ni desánimo.
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