Es innegable que somos seres sociales y que la relación con el prójimo está en la base de nuestra humanidad; la familia se ha convertido en la piedra angular de la convivencia, sin embargo, con el paso de los años también hemos comprendido que la amistad juega un papel singular y esencial en la manera cómo percibimos al mundo, la forma en la que se reestructuran nuestros valores e incluso el modo en que se forman nuestros paradigmas.

Encontrar un amigo verdadero es complejo, esto quizá sea difícil de dimensionar sobre todo en los primeros años de vida ya que durante esa etapa nos es más sencillo relacionarnos y apenas nos vamos adaptando a nuevos vínculos y constructos sociales; sin embargo, con el paso de los años el carácter se acentúa, nuestros “no negociables” se hacen más severos y las emociones y sentimientos cada vez más estables y profundos por lo que entablar relaciones de amistad se vuelve, no sólo más lento sino más complejo.

Lo que es indiscutible es que los amigos son un enorme soporte emocional, y que su presencia en nuestra vida puede determinar mucho de aquello en lo que nos convertimos, pero además la ciencia respalda que pueden traducirse en un parteaguas para nuestra salud tanto física como psicológica.

De acuerdo con datos del, “Estudio de Desarrollo de Adultos de Harvard (HSAD)” uno de los proyectos más significativos y largos de esta institución, el cual siguió a una gran población de adultos durante ocho décadas para tratar de descubrir qué era lo que más contribuía a su bienestar y felicidad, entre los hallazgos más importantes se destacan:

1) Las personas que están más conectadas socialmente con la familia, los amigos o la comunidad son más felices, físicamente más saludables y viven más que aquellas que estaban menos conectadas

2) Las personas que están más aisladas de lo que realmente les gustaría son menos felices y su salud y funcionamiento cerebral se deteriora antes

3) La cantidad de amigos y conexiones sociales que tengas tampoco significa mucho si la calidad de esas uniones no es buena.

Todos hemos tenido a un amigo o amiga que al abrazarnos reconforta un poco de nuestro dolor, que nos escucha y de alguna manera nos orienta hacia nuevas perspectivas, que incluso se sienta a nuestro lado cuando el sufrimiento y la tristeza son tan abrumadores que nos impiden comunicarnos y con ese simple acto ayuda a menguar la agonía que nos consume; incuestionablemente su presencia en los momentos complejos es sanadora y también estoy convencido que su sonrisa nos ha contagiado, que sus triunfos nos han inspirado y que su emoción se ha convertido en nuestra felicidad, porque bien diría el filósofo y político Séneca: “Comprender y ser comprendido son las cosas más hermosas de la amistad”.

*El autor es consultor en temas de Seguridad, Inteligencia, Educación, Religión, Justicia, y Política.

*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la Fe.

Simón Vargas Aguilar

Consultor en temas de seguridad, justicia, política, religión y educación.

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