Cuando San Medardo era niño, cuenta la tradición, una tormenta lo sorprendió en medio del campo. Mientras buscaba refugio, un águila descendió y extendió sus alas sobre él para protegerlo de la lluvia.

Aquel gesto natural, convertido luego en símbolo divino, dio origen a su patronazgo contra los temporales y catástrofes naturales. No fue un milagro de control sobre los elementos, sino un acto de resguardo, signo de una providencia que acompaña a quien enfrenta la tormenta. Esa imagen resume una verdad contemporánea: ante al desastre, lo esencial no es la fuerza del viento, sino la firmeza del alma.

Las tormentas tropicales Raymond y Priscilla han dejado un saldo doloroso superior a las 70 personas fallecidas y casi medio centenar desaparecidas, aislamiento de comunidades e inseguridad en la infraestructura eléctrica y de caminos.

El gobierno federal movilizó el Plan DN-III-E y el Plan Marina, la Guardia Nacional, Secretaría de la Defensa, Secretaría de Marina, y la Coordinación Nacional de Protección Civil (CNPC). Se habilitaron albergues temporales, repartieron despensas y agua, especialmente en Veracruz, Hidalgo, Puebla, Querétaro y San Luis Potosí.

En medio del agua y el lodo, la Iglesia Católica ha levantado nuevamente una voz de consuelo y acción. La Comisión Episcopal para la Comunicación Pastoral de la Conferencia del Episcopado Mexicano invitó a orar “por las víctimas y sus familias que han perdido sus hogares o viven en la incertidumbre”, y a participar en los esfuerzos de ayuda coordinados con Cáritas. La fe entendida como energía cívica.

La acción comunitaria tiene tanto raíces evangélicas como una estructura civil e institucional. La Presidenta Claudia Sheinbaum ha dado puntual seguimiento, incluso con su presencia en las zonas más lastimadas, mientras la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, dispuso el envío de personal y equipo especializado, y habilitó 32 centros de acopio en las 16 alcaldías —que se pueden consultar en las redes sociales— para la donación.

En cada despensa entregada hay una afirmación de fraternidad; en cada cobija donada, la certeza de que nadie está completamente sola ni solo. La comunidad tiene memoria, ha aprendido que la ayuda reconstruye esperanzas.

La figura de San Medardo no pertenece al pasado de los santos medievales, sino al presente de cada gesto que abriga a otro en medio de la tormenta. Su historia se ha reinterpretado una y otra vez, y ante el desbordamiento de los ríos y la fragilidad de las viviendas se convierte en metáfora de lo que somos como comunidad.

Salvador Guerrero Chiprés

Coordinador del Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano de la Ciudad de México (C5 CDMX).

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