Hace algunas semanas, el Papa Francisco habló sobre la importancia de la familia. Entre otras cosas mencionó “En la familia se realizan gran parte de los sueños de Dios sobre la comunidad humana. Por ello no podemos resignarnos a su declive a causa de la incertidumbre, del individualismo y del consumismo, que plantean un futuro de individuos que piensan en sí mismos”.

Instó tanto a las universidades católicas como a las pastorales porque que juntos “pueden promover mejor una cultura de la familia y de la vida que, a partir de la realidad, ayude a las nuevas generaciones —en este tiempo de incertidumbre y de falta de esperanza— a valorar el matrimonio, la vida familiar con sus recursos y sus desafíos, y la belleza de generar y custodiar la vida humana”.

No es una tarea fácil; cuando por tantos años las ideologías han permeado por todas partes, incluso en las escuelas y universidades católicas, presentando a los jóvenes a la felicidad como una vida sin complicaciones, sin compromisos y sin ataduras, mientras que el matrimonio les es menos atractivo, cuando son testigos de tantos fracasos y separaciones.

Su Santidad habla también de la necesidad para presentar a los jóvenes las motivaciones que les permitan valorar al matrimonio y la familia… este llamado considero que nos concierne también a nosotros, los matrimonios católicos, que nos preocupamos por lo que sucede, pero quizá nuestro ejemplo no sea el mejor para   que, con él, vayamos cambiando la imagen del matrimonio: de un yugo, a un compromiso mutuo, de un cuento de hadas, a la construcción constante de un futuro en común para ser felices y dejar una huella.

Quizá deberíamos preguntarnos cuál es el ejemplo que con nuestra vida matrimonial estamos dando a nuestros hijos, que nos conocen en la intimidad del hogar, y también en nuestro entorno.

Porque el matrimonio, más allá de las manifestaciones externas, se va consolidando en el día a día, con un amor que más allá de los sentimientos, sabe reconocer en el otro o en la otra a su “alter ego”, a su complemento, aprende a superar los obstáculos, a perdonar, a recomenzar las veces que sea necesario, a compartir la carga de los momentos difíciles y la alegría inmensa de saberte amado, acompañado y aceptado.

Es en el matrimonio y la familia en donde se conoce realmente el amor incondicional, el amor que desea ser fecundo, que ve en los hijos la mayor alegría y la presencia de Dios y su Providencia en nuestras vidas. Quien ha sentido como el corazón se ensancha por y para el amor en la familia, ha percibido, aunque sea un poco, la grandeza del amor de Dios, que siempre ama, espera y perdona.

“No podemos ser indiferentes al futuro de la familia, comunidad de vida y de amor, alianza insustituible e indisoluble entre el hombre y la mujer, lugar de encuentro entre generaciones, esperanza de la sociedad” ¡Demos testimonio!

*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la Fe.

Consuelo Mendoza García

Consuelo Mendoza es conferencista y la presidenta de la Alianza Iberoamericana de la Familia. Es la primera mujer que ha presidido la Unión Nacional de Padres de Familia, a nivel estatal en Jalisco (2001 – 2008) y después a nivel nacional (2009 – 2017). Estudió la licenciatura en Derecho en la UNAM, licenciatura en Ciencias de la Educación en el Instituto de Enlaces Educativos, maestría de Ciencias de la Educación en la Universidad de Santiago de Compostela España y maestría en Neurocognición y Aprendizaje en el Instituto de Enlaces Educativos.

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