Consuelo Mendoza
Eran dos hermosas piedritas azules que se encontraban, junto con muchas otras de diversos colores, en el lecho de un torrente de agua. Sabiéndose bellas y diferentes, soñaban que algún día serían descubiertas y formarían parte de la corona de una reina.
Al fin llegó el día en que fueron descubiertas y encerradas en una caja en la que permanecieron largo tiempo; hasta que alguien las sacó, y sin miramientos, las incrustó a martillazos en una superficie de cemento fresco. De nada sirvieron sus gritos y amenazas, pronto quedaron fuertemente clavadas y hundidas en el frío cemento.
Lamentando su suerte, se hicieron amigas de un hilo de agua que ocasionalmente corría por encima de ellas: “Fíltrate por debajo de nosotras para poder salir de esta pared” le dijeron, y el pequeño hilo de agua así lo hizo, al paso de los meses logró que se fueran aflojando del muro, hasta que llegó el día en que cayeron al suelo.
Felices por la hazaña, quisieron entonces conocer su odiada prisión. Fue entonces que la luz de la luna les permitió ver en todo su esplendor, el mosaico creado con miles de piedritas de diferentes colores, que habían sido incrustadas, como ellas, para formar una bellísima figura de Cristo. Pero al rostro del Señor le faltaba algo, estaba ciego, porque ellas eran el iris de sus ojos.
En la madrugada, el Sacristán barrió sin notar las hermosas piedras que terminaron en la basura.
Muchas veces, quizá con muy buenas intenciones, construimos sueños personales, hacemos grandes proyectos de vida y ponemos todo nuestro empeño y esfuerzo para que se hagan realidad.
Queremos ser felices, pero a nuestro modo, y siguiendo el camino que nos hemos trazado; platicamos con Dios como quien platica con un gran amigo, al que hay que convencer y emocionar con nuestros planes y quehaceres; y argumentando el buen uso que hemos hecho hasta el momento de los talentos recibidos, pedimos su bendición y el empujón necesario de su providencia para seguir adelante.
Imagino al buen Dios divertido escuchando con atención y ternura todas nuestras razones, y dejándonos “hacer” mientras llega el día en que Jesús nos invita a ser el Cirineo que le ayude con la cruz.
Nuestra miopía humana no nos permite ver los planes que el Señor tiene para nuestras vidas, que pueden no coincidir con nuestras aspiraciones, pero siempre serán lo mejor para nosotros, para nuestra familia y para nuestro prójimo. “Antes de que yo te formara en el vientre de tu madre, ya te conocía…”
Dios tiene para cada uno de nosotros grandes planes; pero requiere de nuestro Sí incondicional y sin limitaciones, para convertirnos en sus ojos, sus manos, su ternura, en cada persona que cruce por nuestro camino.
Somos esas pequeñas piedras que si aceptamos su voluntad, nos convertimos en parte de su rostro.
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