Hace tiempo, cuando mis hijos eran pequeños, algunas personas  invadieron un terreno muy grande que estaba frente a mi casa. Armaron sus viviendas con cartones y láminas y en poco tiempo quedaron instalados de la mejor manera posible.

Sus hijos, que eran muchos y de diferentes edades, jugaban divertidos en el extenso espacio, y al paso de los días, comenzaron a acercarse a las casas de alrededor para pedir cualquier tipo de ayuda: comida, ropa, juguetes. Poco a poco se fueron ganando la confianza y cariño de algunos vecinos que intentábamos ayudarlos.

Cuando sorprendí a Juan, uno de ellos, el más cercano, el más listo, el más simpático, intentando robar una pelota de mis hijos, le pregunté por qué lo hacía, si le habíamos regalado mejores juguetes y   habíamos sido “buenas personas” con él; me respondió viéndome a los ojos fijamente: “porque ustedes son “ricos”, sus hijos tienen todo y yo no”.  Nunca, nunca, había percibido en una mirada tanto rencor, desprecio y odio…  y Juan apenas tenía nueve años. A los pocos meses fueron desalojados, y aquellos niños siguieron a sus padres por un camino y un futuro incierto.

Su mirada me hizo advertir el abismo que existe entre aquellas personas tan necesitadas, y los que fuimos más afortunados simplemente por nacer en otro entorno. No era suficiente la ayuda que algunos les brindábamos, porque su corazón estaba profundamente herido por el maltrato, la indiferencia y la desigualdad. Ellos nacieron en un ambiente de extrema pobreza, en donde no hay educación ni oportunidades, ni porvenir, si no hay quien les tienda la mano.

Las injustas diferencias sociales son fruto de malas políticas y la indiferencia social que durante décadas han existido en nuestro país, y que fueron mañosamente aprovechadas por este gobierno populista, para fortalecerse repartiendo dádivas, dividiendo aún más a los mexicanos y dando paso a la violencia. La mirada desafiante de Juan, aquel niño, ahora la descubro en los ojos de muchos que aplauden al actual régimen, no por darles mejores oportunidades educativas o servicios de salud, sino por señalar a quienes “tienen más” y atacar a quienes a base de su esfuerzo han salido adelante.

Nos preguntamos qué hacer ante este panorama tan desolador. El Papa Francisco constantemente nos recuerda que la pobreza es el resultado de las estructuras sociales injustas, y nuestro deber como cristianos, es ser sensibles ante las necesidades del prójimo, convirtiéndonos en instrumentos para ayudarlos.

Su Santidad, nos dice con respecto a la opción preferencial por los pobres: “y esta no es una opción política; ni tampoco una opción ideológica, una opción de partidos. La opción preferencial por los pobres está en el centro del Evangelio. Y el primero en hacerlo ha sido Jesús. Él, siendo rico, se ha hecho pobre para enriquecernos a nosotros”

¿Cuándo un “Juan” se atraviesa por tu camino, le puedes dar dinero, o comida, o cualquier cosa; pero ¿lo ves a los ojos como a un hermano, como otro Cristo, como una oportunidad de brindar amor y sanar un poco su corazón herido?

Tenemos mucho que reconstruir en este país que se nos cae a pedazos y del que todos somos responsables. No será suficiente esperar la llegada de líderes políticos que nos muestren caminos de solución; es necesario que el cambio comience en nosotros mismos, en nuestra familia, en nuestra comunidad.  Porque el amor al prójimo es el camino para la paz que tanto anhelamos.

Consuelo Mendoza García

Consuelo Mendoza es conferencista y la presidenta de la Alianza Iberoamericana de la Familia. Es la primera mujer que ha presidido la Unión Nacional de Padres de Familia, a nivel estatal en Jalisco (2001 – 2008) y después a nivel nacional (2009 – 2017). Estudió la licenciatura en Derecho en la UNAM, licenciatura en Ciencias de la Educación en el Instituto de Enlaces Educativos, maestría de Ciencias de la Educación en la Universidad de Santiago de Compostela España y maestría en Neurocognición y Aprendizaje en el Instituto de Enlaces Educativos.

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