El domingo ya casi para entrar a la Iglesia, vi a una pareja caminando frente a mí; lo primero que se vino a mi mente fue: “estas personas seguro que no vienen Misa”. Para mi sorpresa, segundos después se sentaron en la banca delante de mí para participar con devoción en la Eucaristía.
Sentí una inmensa vergüenza y recibí una gran lección al tener consciencia de la rapidez con la que hice una valoración basada en el aspecto de quienes no conocía, y que, además, me brindaron sonrientes el saludo de la paz.
Con cuánta facilidad quienes intentamos ser buenos cristianos, hacemos juicios de valor que califican, excluyen y etiquetan a las personas que dentro y fuera de los templos, no actúan de acuerdo a los parámetros que nos hemos marcado y que desearíamos imponer a nuestro alrededor y en toda la sociedad.
Así opinamos con desenfado en reuniones familiares, sociales y en las redes: que si en tal iglesia dan o niegan la comunión en la mano, que las personas deben arrodillarse al recibir la comunión, que el “padrecito tal”, es “progre” o tibio, o tradicional, porque habla, no habla o no nos gusta lo que habla de los temas que tanto nos preocupan.
Esta actitud se agrava cuando, apelando a la doctrina de la iglesia, las Encíclicas o a la tradición, manifestamos nuestra aprobación o crítica a las decisiones y los documentos emitidos por el Papa Francisco, y con una soberbia disfrazada de amor a Cristo, creemos “necesario” actuar y opinar, sin detenernos a reflexionar el daño que podemos provocar a nuestra Iglesia y a nuestro prójimo, tengamos razón o no; y el daño que nos hacemos a nosotros mismos que sin tomar consciencia, difamamos, calumniamos y dividimos en lugar de buscar puntos de encuentro para lograr unidad entre los católicos y trabajar por el bien común.
La pedagogía de Jesús es la pedagogía de la ternura, de la misericordia que no excluye, y así nos lo enseña cuando ofrece agua viva a aquella samaritana sin señalarla porque había tenido cinco maridos y, en un mundo adverso, convence, enamora y nos enseña en el camino.
Habrá que reflexionar que nos sucede, quizá nos sentimos como los cristeros o los caballeros de la edad media que luchaban por la fe, y no nos hemos dado cuenta que realmente pertenecemos al “club de los fariseos”, que ya se han asignado un lugar entre los doce elegidos, pero su actitud es más parecida a la de aquel que en la sinagoga da gracias a Dios por no ser ladrón, ni injusto, ni adúltero, ni como el publicano que atrás solo puede decir “Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador”
Recemos por la unidad de los católicos y demos testimonio en el mundo.
“Jesús, Señor, Tú has pedido para todos nosotros la gracia de la unidad, Señor esta Iglesia que es tuya, no es nuestra, la historia nos ha dividido… Jesús, ayúdanos a ir por el camino de la unidad o por el camino de esta unidad reconciliada, Señor, Tú siempre has hecho todo lo que has, danos la unidad de todos los cristianos, Amén”
Papa Francisco, 3 de julio del 2015, plaza de San Pedro.
*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la Fe.
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