En aquel tiempo, comenzó Jesús a anunciar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para padecer allí mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que tenía que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y trató de disuadirlo, diciéndole: “No lo permita Dios, Señor; eso no te puede suceder a ti”. Pero Jesús se volvió a Pedro y le dijo: “¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!”
Luego Jesús dijo a sus discípulos: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla?
Porque el Hijo del hombre ha de venir rodeado de la gloria de su Padre, en compañía de sus ángeles, y entonces le dará a cada uno lo que merecen sus obras’’.
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Cuando Jesús comenzó a anunciar su Pasión y Muerte, ¿de qué medios disponía para discernir que aquello era la voluntad de Dios Padre y por qué rechazó tan claramente la propuesta de Simón Pedro?
En los Evangelios tenemos varios anuncios, al inicio de la vida de Jesús Nuestro Señor, que hablan de su misión como Mesías. En san Lucas, el ángel Gabriel anuncia a María que sería la madre del Mesías, este sería llamado Hijo de Dios y se menciona genéricamente que habría de asumir el trono de David con un reino sin fin.
Este anuncio mesiánico no incluye el tema de la Pasión, Muerte y Resurrección. Mensajes semejantes vemos en labios de Simeón, aunque él avisa a María que una espada atravesaría su alma, y su hijo sería señal de contradicción. Jesús, al llamar a sus discípulos, usa frases como: “los haré pescadores de hombres”; “el Espíritu de Dios está sobre mí y me ha enviado a anunciar la buena noticia a los pobres”…, o “conviértanse porque el reino de Dios está cerca”.
En el inicio de su ministerio tampoco habla de la Pasión, Muerte y Resurrección. Es prácticamente hasta que iniciaba su ascenso definitivo a Jerusalén, cuando el Señor empieza a hablar de estas realidades. Un primer elemento a mencionar es que Jesús estaba ungido del Espíritu Santo, su actuación estaba iluminada por esta presencia divina.
En segundo lugar, Jesús conocía las profecías enunciadas en el Antiguo Testamento. Es verdad que algunas manifiestan escenarios distintos al hablar de la venida del Mesías, pero ciertamente hay profecías del Mesías sufriente. Y en particular, el cuarto cántico del Siervo de Dios (Is 52,13-53,12) concuerda con el estilo de ministerio que Jesús desarrolló, a saber, un servicio de liberación del pecado, profundamente inserto al pueblo de Dios, desligado de los poderes de este mundo.
En ningún momento Jesús hizo preparativos para un levantamiento armado, no se alió con los fariseos ni con los grupos del poder herodianos ni romanos, en todo momento restringió su discurso y sus obras a manifestar la llegada del Reino de Dios en el ámbito religioso. La intervención de Simón Pedro no propone un plan alternativo, simplemente se opone a lo que Jesús acababa de decir.
En este sentido, la reacción de Jesús deja claro que el liderazgo de su actividad mesiánica no se le cedería ni a Pedro, que piensa como humano nada más, ni mucho menos a Satanás el antagonista de Dios.
Jesús estaba ungido del Espíritu Santo, su actuación estaba iluminada por esta presencia divina.
Mons. Salvador Martínez Ávila es rector de la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe.
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