Si nosotros observamos la radicalidad con que se exige no tener otro Dios fuera del Señor (cfr. Ex 20,1ss), de amarlo con todo el corazón, la mente y las fuerzas (Dt 6,4) entonces podemos comprender con facilidad la radicalidad de las exigencias que el Señor Jesús expresa en el discurso del día de hoy. Preferir a Jesús por encima de los propios padres, parientes y de sí mismo, preferir a Jesús por encima de cualquier otra cosa.
Sin embargo, esta preferencia adquiere una forma específica: “tomar la cruz y seguirlo”. Por si hubiera una duda a propósito de lo que significa preferirlo o amarlo, el Señor Jesús pone estas dos características de cargar la cruz; es decir, asumir en la propia existencia particularmente lo difícil, lo que duele o cuesta desde la perspectiva de discípulo de Jesús. Y la segunda característica, seguirlo, es decir, habituarse a estar con Él, hacerle caso en lo que consierne a sus enseñanzas y criterios.
La segunda parte del discurso da las razones por las cuales es necesario exigirse esta primacía absoluta del Señor. Con las dos comparaciones, la del constructor que fallando en los cálculos se queda a la mitad de la obra, y la comparación del rey que sale a la guerra contra otro rey que viene a su encuentro con el doble de ejercito, el Señor está haciendo una clara referencia a la inutilidad de un seguimiento y una elección a medias. Como en el Antiguo Testamento sucedería si, junto al culto al Señor se pusiera a otros dioses o ídolos.
En este punto es importante recordar que nos encontramos subiendo hacia Jerusalén con el Señor Jesús. Podemos afirmar que Él previene a todos sus discípulos en la misma línea que la Antigua Alianza previno al pueblo de no asumir un liderazgo pleno de parte de Dios.
En otros pasajes de los evangelios podemos leer frases análogas, por ejemplo, en san Mateo: “ustedes llamense unos a otros hermanos, pues eso son realmente, a nadie sobre la tierra llamen Padre, porque solo tienen un Padre celestial. No se dejen llamar guía, pues su guía es solamente Cristo.” (Mt 23,8-10).
No asumir en serio el liderazgo de Cristo es fallar en el juicio sobre la salvación, ni nosotros, ni las cosas o las personas fuera de Cristo pueden salvarnos.
“Preferir a Jesús implica elegir
lo difícil, lo que duele o cuesta,
desde la perspectiva de discípulo”.
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