Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”. Palabra del Señor
En el Evangelio que leemos este domingo de Pentecostés, se hace referencia a que Jesús sopló sobre los discípulos y estos recibieron el Espíritu Santo. También en la primera lectura de este día proveniente del libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,1-11) se nos dice que se oyó un fuerte ruido, como cuando sopla el viento.
Con ello se nos manifiesta la gran afinidad simbólica que existe entre el viento y el Espíritu Santo. El antecedente más notable desde el Antiguo Testamento sobre esta afinidad simbólica es el uso de la palabra “ruaj”, que en su sentido físico indica viento y en su sentido abstracto significa espíritu. En el primer relato de la creación dice, durante la primera jornada, que “el espíritu de Dios (un viento de Dios) aleteaba por encima de las aguas” (Gn 1,2). Dentro del contexto indica que Dios está por encima del caos, el abismo y la confusión que reinaban en un primer momento. Poco a poco, día a día, Dios va ordenando ese caos, pone límites y ciclos a todo, y así surge la vida vegetal, animal y finalmente el ser humano.
Desde la perspectiva del Antiguo Testamento el Espíritu no es una persona de la Santísima Trinidad, más bien hablamos de una característica o forma de presencia de Dios que puede comunicar a los hombres, para que estos influyan en el caminar del pueblo. Tal es el caso del don del espíritu de Dios a Moisés y de éste a setenta y dos ancianos para que pudiera gobernar correctamente al pueblo (Nm 11,16-30). En algunas ocasiones el espíritu designa un conjunto de carismas o dones que hacen poderoso a un profeta, como cuando Eliseo pide a Elías que, como herencia, le deje dos porciones de su espíritu (2Re 2,9). A pesar del uso simbólico del viento para indicar presencia divina, la intensidad de este viento no es garantía de la presencia de Dios, como cuando Elías espera la manifestación de Dios en el Horeb y Dios no estaba en el torbellino, sino cuando vino una suave brisa (1Re 19,11-14). Por lo que respecta al soplo es un signo eminentemente creacional. Dios sopló al ser humano su aliento de vida (Gn 2,7). Jesús, como nuevo creador, insufla en sus discípulos el Espíritu Santo.
Frase: Existe una gran afinidad simbólica entre el viento y el Espíritu Santo.
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