En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Al sarmiento que no da fruto en mí, él lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto. Ustedes ya están purificados por las palabras que les he dicho. Permanezcan en mí y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada pueden hacer.
Al que no permanece en mí se le echa fuera, como al sarmiento, y se seca; luego lo recogen, lo arrojan al fuego y arde. Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá. La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y se manifiesten, así como discípulos míos”.
Nuestro Señor Jesucristo como buen pedagogo judío ponía en ejemplos palpables las verdades profundas e impalpables propias del Reino de los cielos. Si hacemos un repaso del evangelio de San Juan podemos ver varias comparaciones que son afines al tema de la comunión entre Jesús y las personas con el resultado de que Él nos comunique vida.
Un primer grupo de comparaciones que usó para darnos a entender que Él es fuente de vida fue la simbología de la comida. En el encuentro con la samaritana Jesús le dice que “si conociera el don de Dios y quién era el que le pedía de beber, ella le pediría a él y este le daría agua viva” (Jn 4,10).
Jesús es agua viva que hace que, de cada uno manen fuentes de agua viva (Jn 7,37-38). Se propone a sí mismo como comida: “mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que no come mi carne y bebe mi sangre no tendrá vida en sí mismo” (Jn 6,53-54). El grupo simbólico de la comida tiene gran fuerza significativa puesto que Jesús propone, no solo cercanía con Él, sino que la persona lo reciba en sí misma.
Otra imagen que ocupa el Señor Jesús es el del nuevo nacimiento. Hay que nacer del agua y del espíritu, a diferencia del nacimiento de la carne, esto se lo explicó el Señor a Nicodemo, quien lo visitó de noche (Jn 3,5). Quien recibe la vida de Dios tiene la vida eterna, no basta con el esfuerzo para alcanzarla.
El último ejemplo que podemos proponer no es un discurso parabólico sino una narración. Se trata del encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos en el lago (Jn 21,1-13). Quien sirve de ejemplo de unidad con Jesús es Pedro. El relato inicia con los discípulos solos que deciden ir de pesca aquella noche, al amanecer su esfuerzo ha sido vano y no han pescado nada. Entonces Jesús, desde la orilla, les pide que echen la red a la derecha, así lo hicieron y pescaron mucho. Entonces el discípulo amado dijo a Pedro, “es el Señor”, y Pedro se lanzó al agua para estar con Él.
Después de que llegaron a tierra los de la barca Pedro fue quien sacó la pesca del bote. Si en la parábola de la vid y los sarmientos Jesús dice que quien no esté unido a Él no dará fruto, el relato de Juan 21 verifica esto. Pedro que eligió estar con el Señor es quien saca la pesca.
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