Lectura del Santo Evangelio  

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban. Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo:

“Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. (Mt. 28,16-20)

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Cultura Bíblica

El conjunto de fiestas que se celebran después del domingo de Pentecostés son una muestra del camino que el Espíritu Santo ha generado en la comunidad cristiana para ir asimilando con mayor profundidad el misterio de Dios y de su designio de salvación que nos reveló por medio de su Hijo Jesucristo.

La formulación de fe en la cual profesamos que creemos en un solo Dios en tres personas llegó a cristalizarse hasta después de tres siglos y medio en la historia de la Iglesia. Pero, como lo vemos el día de hoy, desde el Nuevo Testamento fue que Jesús dio las claves concretas para introducirnos al misterio de Dios.

Realizar una acción “en el nombre de…” es invocar a la persona misma y toda su eficacia sobre algo o alguien. El pueblo hebreo, particularmente desarrolló la conciencia de que el nombre no solamente designaba a una persona, sino que involucraba la presencia misma de ella, o bien el conocimiento del nombre de alguien permitía a quien lo conociera cierto poder sobre esa persona.

Por ello, en el decálogo, Dios prohíbe a su pueblo pronunciar su nombre en vano, o pretender jurar en su nombre para avalar mentiras. El escrúpulo sobre el uso del nombre de Dios en el pueblo hebreo llegó a ser tal  que comenzaron a usarse eufemismos o circunlocuciones para ya no decir el nombre de Dios.

Un eufemismo fue la misma palabra “nombre”. “Bendito sea el nombre” equivale a “bendito sea Dios”. Ejemplos de circunlocución son “la Palabra de Dios”, o “mi Señor”. Jesús mandó a los discípulos “bautizar en nombre de…”.

En tiempos de Jesús, los Bautismos eran actos rituales por los que una persona era sumergida en el agua, la significación podía ser diversa. El mismo Juan Bautista dijo que el suyo era un bautismo de penitencia pero que detrás de él venía uno que bautizaría con fuego y con el espíritu.

Jesús, por medio del Bautismo quiso que quedáramos asociados a la Nueva Alianza sellada con su sangre, San Pablo lo formula así: “por el Bautismo hemos sido sepultados con Cristo, para resucitar con Él” (Col 2,12; Rm 6,4).

Pero nos llama la atención en el Evangelio de hoy que Jesús no solamente pide que se nos bautice en su nombre, como aparece en otros textos del Nuevo Testamento (Hch 2,38; 8,16; 19,5) sino conjuntamente “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

He aquí el misterio de la unicidad de Dios en la diversidad de personas. Dios no se reduce al Padre, o al Hijo o al Espíritu Santo. La acción de Dios en el Bautismo es tripersonal sin dejar de ser un solo Dios.

Puedes leer: El Evangelio de San Mateo, ¿qué es y qué nos enseña?

Mons. Salvador Martínez

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