Del santo Evangelio según san Lucas (Lc 6, 39-45 )
En aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos este ejemplo: “¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo? El discípulo no es superior a su maestro, pero cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: ‘Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo’, si no adviertes la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga que llevas en tu ojo y entonces podrás ver, para sacar la paja del ojo de tu hermano. No hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos. No se recogen higos de las zarzas, ni se cortan uvas de los espinos. El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón”.
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En el presente artículo estudiaremos el significado del dicho de Jesús “no hay árbol bueno que dé frutos malos…” a la luz de la parábola de los árboles que encontramos en el libro de los Jueces.
Este es ya el tercer domingo que dedicamos el Evangelio al discurso de Nuestro Señor Jesucristo en la llanura, el cual inició con las bienaventuranzas, y continuó con normas para vivir según el Evangelio, en particular atendiendo al trato con los enemigos.
Ahora abordamos varios dichos sobre la integridad de vida, entre los cuales Jesús usa la comparación de la bondad de los actos con los buenos frutos que da un árbol.
Su principio general: “No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos”, el Señor lo aplica a dos ejemplos: “No se recogen higos de las zarzas ni se cortan uvas de los espinos”.
Existe una parábola en el Antiguo Testamento que usa también este motivo. Se trata de la parábola formulada por Yotán en contra de su hermano Abimelek, quien se había proclamado rey matando a sus otros hermanos (Jue 9,7-15).
La parábola nos dice que los árboles fueron a buscarse un rey. Le propusieron al olivo que fuera el rey, pero este rechazó la propuesta, pues no renunciaría a su fruto, las aceitunas, de las cuales se obtiene el aceite.
Lo mismo pasó con la higuera y la vid, ninguna de las dos quiso ser el rey. Al fin propusieron a la zarza que fuera el rey. Esta no tenía nada qué perder, ningún fruto al cual renunciar así que aceptó y se convirtió en el tirano de todos los árboles.
Nuestro Señor retoma la higuera y la vid como símbolo de árboles buenos, y a la zarza como ejemplo de árbol no productivo, igual que la parábola de Yotán.
En ambos textos también encontramos la misma aplicación a la conducta humana. Abimelek, en el periodo de los jueces, había actuado abusivamente aniquilando a sus hermanos, Jesús, en su discurso de la llanura, hace referencia a la bondad y a la maldad que habita en el corazón de cada persona pues de allí es de donde surgen la bondad y la maldad de sus actos.
Para concluir, esta última parte del discurso es un llamado al cultivo de la bondad desde la autocrítica, la bondad o maldad de las personas tiene que ver con la forma en que gestiona sus pensamientos y sentimientos.
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