El perdón de Dios no borra las consecuencias, las transforma. En ellas aprendemos a sanar, crecer y parecernos más a Cristo.
Es verdad que Jesús pagó el precio eterno del pecado, pero no eliminó automáticamente todas sus consecuencias temporales. Estas siguen existiendo como parte del proceso de conversión, libertad y crecimiento personal.
Desde la perspectiva bíblica y teológica, el sacrificio de Jesús (servicio por amor a los hombres y muerte hasta sus últimas consecuencias) tiene como objetivo principal la redención eterna del ser humano: es decir, la reconciliación con Dios y la apertura del camino a la vida plena y definitiva. Sin embargo, esto no significa que desaparezcan las consecuencias temporales del pecado en nuestra vida cotidiana.
Veamos por qué esto es así:
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