En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena. Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre. No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros”.
En los evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) el discipulado es caracterizado bajo el verbo ‘seguir’; mientras que, en el evangelio según san Juan, lo propio del discípulo es ‘permanecer’. En ambos verbos, el punto en común, es la fidelidad discipular: ‘seguir’ consiste en colocarse detrás del Maestro para que el discipulado sea fidedigno; ‘permanecer’, por su parte, demuestra la necesidad de la unión con Cristo, para que el discípulo sea auténtico.
El pasaje del domingo anterior concluía diciendo que, se permanece en el Señor ‘guardando sus palabras’, que en palabras de San Agustín, significaría “rumiar” o “saborear” lo que el Señor ha dicho y hecho; los frutos vendrán por sí mismos, como un acto segundo.
Decía un biblista italiano que, el judío observante “interioriza” las palabras de la Torah, porque es lo propio de alguien enamorado. Cuando se ama a una persona y se recibe una carta o un mensaje de voz, el enamorado o enamorada lo lee o lo escucha una y otra vez. Esas palabras poseen una gran vitalidad porque pueden ser el impulso para hacer que las acciones no sean producto de una monotonía, sino como una manera de honrar a la persona amada. Lo mismo sucede en la exhortación del Señor: «guardar sus palabras» significa “saborearlas”, “interiorizarlas”, invitación que no se entiende como una imposición, sino como lo propio de alguien que quiere corresponder al amor de Cristo.
Este domingo, siguiendo con el discurso que san Juan nos presenta, se añade la expresión «amor», el cual, tiene su fuente y origen en el Padre: ‘Como el Padre me ama a mí, así los amo yo a ustedes. Permanezcan en mi amor’ (Jn 15,9). De modo que, guardar y amar despiertan en el discípulo el deseo de obedecer, recordando que, esta expresión en latín (ob-audire) significa ‘escuchar’.
El amor del Señor es siempre nuevo, impredecible e inesperado; es un don y una gratuidad que no sólo es capaz de convertir el corazón del creyente sino también de transformar la faz de la tierra. Deja que Dios sea Dios en tu vida para que puedas dar frutos de reconciliación, justicia y paz, entre otros; pues como escribe el poeta libanés Kahlil Gibrán: “Cuando amas a Dios no debes decir: Tengo a Dios en el corazón. Di más bien: Estoy en el corazón de Dios”.
Puedes leer: En la Biblia, ¿Qué es el Nuevo Testamento?
El feminismo, una corriente filosófica y social que busca la igualdad de derechos y oportunidades…
“Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de…
El 29 de diciembre iniciaremos el Año Jubilar 2025 en las diócesis del mundo, con…
Lo que empezó en los años 20 del siglo pasado como una causa homicida, al…
‘¡Viva Cristo Rey!’ Hagamos nuestra esta frase, no como grito de guerra, sino como expresión…
El Vaticano publicó la segunda edición del libro litúrgico que contiene las instrucciones relacionadas con…
Esta web usa cookies.