Evangelio del 30 de julio 2023. Según san Mateo (Mt. 13, 44-52)
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.
El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra.
También se parece el Reino de los cielos a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos.
Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación.
¿Han entendido todo esto?” Ellos le contestaron: “Sí”. Entonces él les dijo: “Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas”.
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Buscar y discernir para encontrar a Cristo nuestro mayor tesoro
Hoy Jesús aprovecha el simbolismo del comercio para indicar que el Reino de Dios requiere de sacrificio ante todo otro valor para adquirir éste. Las dos parábolas del tesoro escondido y la perla preciosa pretenden descubrir el valor y riqueza del Reino.
El tesoro escondido, la perla preciosa, no es otra cosa sino Jesucristo mismo y es su Evangelio. Es como si Jesús con esas parábolas quisiera decir: la salvación ha llegado a ustedes gratuitamente, por iniciativa de Dios, tomen la decisión, luchen y no la dejen escapar. Este es tiempo de decisión. Hay que discernir para jerarquerizar el máximo valor del Reino, y por ello orientar todas las experiencias de la vida para el bien.
En cada una de las dos parábolas hay, en realidad, dos actores: uno manifiesto, que va, vende, compra, y otro escondido, sobreentendido. El actor sobreentendido es el antiguo propietario que no se percata de que en su campo hay un tesoro y lo liquida al primero que se lo pide; es el hombre o la mujer que poseía la perla preciosa, y no se da cuenta de su valor y la cede al primer comerciante que pasa, cuidemos la gracia de Dios en nuestra vida y no la dejemos ir, ¡cuidemos nuestro tesoro! La presencia de Dios llega sin que la busquemos o buscándola, Él sabe sus caminos, no la dejemos ir, estemos preparados para descubrirla.
No se dice en la parábola que “un hombre vendió todo lo que tenía y se puso en busca de un tesoro escondido”. Sabemos cómo acaban estas historias: se pierde lo que se tiene y no se encuentra ningún tesoro. Historias de ilusiones, de visionarios, ¡No!, un hombre halló un tesoro y por ello vendió todo lo que tenía para adquirirlo. Hay que haber encontrado el tesoro para tener la fuerza y la alegría y vender todo.
Hay que haber encontrado primero a Jesús, de manera nueva, personal, convencida. Haberle descubierto como propio amigo y salvador. Después será cuestión fácil vender todo. Se hará “lleno de alegría” como aquel hombre del que habla el Evangelio.
Las atenciones por el Reino de Dios no han de distraernos de estar atentos a las necesidades, proyectos y oportunidades de la vida diaria. Es más, es en lo ordinario que el Reino de Dios se hace presente a través de las personas y acontecimientos de nuestra propia vida.
Es allí donde hay que discernir constantemente y tener claridad de ¿que es lo que más quiero y que es lo más precioso en mi presente? La vida cristiana incluye renuncias, privaciones, a veces incluso cruces para alcanzar el objetivo de nuestra vida: alcanzar nuestra salvación respondiendo al amor de Dios. Encontrar a Jesucristo es verdaderamente haber encontrado un tesoro.
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