En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús, dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»
Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
«¿Esto los escandaliza?, ¿y si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida. Y con todo, hay algunos de ustedes que no creen».
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Y dijo:
«Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
«¿También ustedes se quieren marchar?».
Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
Dice un dicho que cada quien oye lo que quiere escuchar y esto se refiere a que muchas veces las personas no escuchan lo que los demás realmente dicen, sino aquello que quisieran escuchar. Ahora bien, cuando es totalmente claro que la otra persona no dirá lo que yo quisiera escuchar de su parte o que definitivamente no sucederá lo que yo esperaría de ella, entonces rompo la relación.
Esto es exactamente lo que sucedió entre el Señor Jesús y muchos de aquellos que escucharon su discurso en la sinagoga de Cafarnaúm. Esperaban que Jesús, nuevo Moisés, los alimentara prodigiosamente. Esperaban escuchar discursos potentes en promesas de triunfos mesiánicos. Nada de eso sucedió.
El Señor les pidió creer en Él, les pidió realizar las obras de Dios y hacer una interpretación espiritual de sus palabras, pero las personas querían escuchar algo diferente.
En contraste, Jesús recibe de parte de sus doce amigos más cercanos esta respuesta: “¿Con quién vamos a ir. Si tú sólo tienes palabras de vida eterna? Y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
No se puede llegar a creer y saber que Jesús es el Santo de Dios solamente por casualidad. Los doce discípulos que después se convirtieron en los doce apóstoles, caminaron en la confianza y en la obediencia a su Maestro. Sólo así se pueden dar los pasos correctos en el profundo camino de la salvación.
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