Cuando se aproximaban a Jerusalén, cerca ya de Betfagé y de Betania, al pie del monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos diciéndoles: “Vayan a ese pueblo que ven enfrente; apenas entren encontrarán un burro amarrado, que ningún hombre ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo aquí. Si alguien les pregunta: ¿Por qué hacen eso?, contesten: El Señor lo necesita, pero se lo devolverá cuanto antes.”
Se fueron y encontraron en la calle al burro, amarrado delante de una puerta y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les dijeron: “¿Por qué sueltan a ese burro?” Ellos les contestaron lo que les había dicho Jesús, y se lo permitieron.
Trajeron al burro a Jesús, le pusieron sus capas encima y Jesús montó en él. Muchas personas extendían sus capas a lo largo del camino, mientras otras lo cubrían con ramas cortadas en el campo. Y tanto los que iban delante como los que seguían a Jesús gritaban: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Ahí viene el bendito reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!
Este Domingo de Ramos leímos al inicio de la celebración el pasaje del Evangelio de san Marcos que nos narra la entrada de Jesús a Jerusalén. Este acontecimiento se encuentra como el inicio del ministerio del Señor en esta ciudad santa.
El relato sirve también para dar nombre a este día, pues lo llamamos el Domingo de Ramos, precisamente en referencia a los que muchas personas portaron para vitorear a Jesús y confesar públicamente que lo reconocían como el Mesías prometido por Dios.
Dentro de este texto encontramos varios elementos simbólicos que indican su realeza: El primero de ellos es el hecho de subir desde la fuente Guijón hacia las puertas de la ciudad, pues era el rito que se usaba en tiempos de Salomón y sus sucesores para iniciar el reinado (cfr. 1Re 1,32-35).
El segundo es que Jesús montaba una cría de burro (pollino), este signo fue una profecía pronunciada por Zacarías (Zac 9,9), que el Mesías montaría una cría y no una mula de guerra, lo que significa que se trataría de un rey pacífico y universal. El tercer signo son los vítores con que la gente lo recibe, prácticamente lo proclamaban rey del pueblo de Israel como lo fue David.
Como punto de inicio de nuestra Semana Mayor o Semana Santa, nosotros también debemos reconocer el liderazgo de Cristo sobre nuestras vidas y sobre el mundo entero.
Nuestra adhesión a esta verdad puede ser tan imperfecta como la de aquellos que lo vitorearon aquel día, incluyendo a los apóstoles. Sin embargo, Dios sabe la medida de nuestra inconsistencia y, dentro de su plan, nos llevará a la madurez plena del testimonio fiel.
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