Lo que más preocupa en estos días a la Iglesia son los jóvenes, por aquello de que nadie sabe el bien que tiene hasta que lo ve perdido.
En años anteriores notábamos una ebullición en los ambientes juveniles; los jóvenes deseaban participar y se agregaban a cuanto movimiento los invitaba, y lo hacían crecer y prosperar, a pesar del rechazo de algunos sectores de la misma Iglesia que se molestaban por la invasión juvenil de los espacios reservados tradicionalmente a los adultos.
Había muchos jóvenes en las parroquias y, de pronto, desaparecieron. Y desaparecieron justo en el momento en que la Iglesia, como institución, despierta a la necesidad de una Pastoral Juvenil presente en cada parroquia como una opción preferencial. Hemos descubierto la importancia de la juventud para el presente y el futuro de nuestras comunidades ante el riesgo de convertirnos en comunidades de la tercera edad en peligro de extinción.
Hoy queremos trabajar con jóvenes y esto se ha vuelto muy difícil porque tal parece que ellos han perdido su interés por su Iglesia.
¿Qué está sucediendo? No podemos dar por hecho que así son los jóvenes de hoy, que ya no se preocupan por nada que no sea escuchar su música siempre en privado y que no sea comunicarse con cuantas personas puedan que no estén cerca de ellos.
Ver a los jóvenes de esa forma sería una gran injusticia y una visión muy parcial de nuestra realidad y de la suya.
Si deseamos que nuestras comunidades cristianas sean un hogar en el que ellos se sientan útiles y aceptados, tenemos que aprender a escucharlos y tenemos que aprender a abrirles las puertas para que ellos entren y encuentren un acompañamiento respetuoso. La Iglesia sin jóvenes, no es Iglesia.
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