CONFORME PASAN LOS DÍAS –indudable- se va acercando la hora en que deba dar cuentas al Creador, de ahí que me estoy apurando a sembrar árboles o a invitar a que otros lo hagan; sé muy bien que Dios me hará la misma pregunta que le hizo a Caín (¿Dónde está tu hermano?), y si he sembrado árboles suficientes podré responderle: Creo que está descansando a la sombra de un árbol…
FUE A MIS DOCE AÑOS que llevé dos pequeños árboles que me obsequiaron en la calle, y aunque no los sembré directamente, finalmente hubo quien lo hizo y ahora lucen enormes: son una casuarina y una jacaranda; desde entonces se inició un caminito que no he dejado de recorrer y lo mismo he sembrado eucaliptos, cipreses, ahuehuetes, cedros, buganvilias, pinos azules, olivos, cítricos variados, patas de vaca (en maya le dicen ts´ulub took), ficus, laureles de la India, palmeras (washintonia, datilera), tulipán africano, sangre del Líbano, bambúes, sabinos, liquidámbar, y algunos otros que ya no recuerdo…
TENGO EL GRATO recuerdo de haber trasplantado con éxito un árbol que ya no era pequeño ni tan joven, caducifolio, y del que no hay tantos ejemplares en México pues es originario de Japón; se trata del ginkgo biloba, árbol de tales características que fue mencionado por mi profesora de biología allá en la preparatoria, y nos alentó a conocerlo al Parque de la Bombilla, en San Ángel…
EN EFECTO, AHÍ ESTABA y ahí lo conocí; bella sorpresa me llevé cuando ingresé al Seminario Mayor y en su jardín principal ¡había tres ejemplares preciosos!; recuerdo bien que quise multiplicarlo por esquejes, pero mi poco conocimiento y pobre experiencia no bastó…
YA PASADO EL TIEMPO volví al mencionado parque y por más que busqué, ya no había nada: sospecho que algún soberano ignorante –no lo dudo- en aquella remodelación del parque hace como treinta años lo calificaría –en invierno- de árbol seco y ya no lo vi después, lo talarían sin más; si acaso puedo desearte árbol bonito (¡perdón!, quise decir “algo bonito”), te deseo que puedas cultivar un ginkgo biloba…
QUE ALGUIEN ME DIGA que esta columna no debe abordar temática botánica y yo estoy de acuerdo; no obstante, inicié hoy amarrando el tema de los árboles con la responsabilidad que debo tener para con mis prójimos, y sin que yo sea ecologista de ocasión, y sin que pretenda siquiera competir con el Apóstol del árbol (¿sabes quién es?, en una ocasión ya lo mencioné aquí), y sin que le haga sombra al Papa Francisco en su preocupación por el cambio climático, podría afirmar que una octava obra de misericordia podría ser: sembrar árboles para los hijos que no serán tuyos…
NO HABRÍA NECESIDAD de que los humanos estuviéramos sembrando árboles, pues la naturaleza misma debe bastarse en su ciclo y en su proceso, pero hemos invadido de tal modo el ecosistema, que ya es un imperativo volver a nuestra vocación inicial, como cuando estuvimos en el jardín del Edén, cuidándolo y cultivándolo…
SE LLAMABA MIGUEL ÁNGEL y sus apellidos fueron Quevedo y Zubieta (1862-1946), fue quien dio origen a los viveros de Coyoacán, a él se le debe la primera ley forestal del país y que el Desierto de los Leones sea el primer parque nacional, tapatío de origen pero con alma sin fronteras, ingeniero de profesión pero con vocación verde, verde como la esperanza, Apóstol del árbol…
YO NO SÉ SI TÚ hayas sembrado siquiera un árbol en tu vida (es una tarea que dejamos a los jardineros y campesinos), pero bien conviene que te des a la tarea de hacer algo al respecto: habla con tu cónyuge, platica con tus hijos, entra en acuerdo con tus vecinos, estudia y pide consejo, analiza las posibilidades y ¡zas!, manos a la obra para sembrar los árboles que tal vez disfrutarán los que no sean hijos tuyos…
¡UNA SERIA ADVERTENCIA!: no siembres árboles como moda pasajera y disfrazándote de ecologista, no siembres árboles con cargo de conciencia por lo que ya has contaminado, no siembres árboles si te vas a poner de malas porque en un rato olvidarás regarlo y protegerlo para que crezca bien; siembra árboles para que de noche los vean las estrellas más lejanas, siembra árboles como poniendo anclas a tus ganas de volar sin alas, siembra árboles como para que el diablo no salga del infierno, siembra árboles para dar cobijo a los pájaros y a tus ideas, siembra árboles pensando que sus ramas son extensión de tus manos que anhelan el cielo, siembra árboles construyendo tu paraíso en la tierra…
*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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