En medio de la pandemia, todos tenemos un montón de historias y experiencias personales por compartir, las cuales han dejado profundas huellas en nuestras vidas y nuestras familias. Hay fechas especiales que, por lo que significan en lo personal, se convierten en un referente para recordar lo vivido o para hacer un alto en el camino y analizar el antes y el después.
Julio es, por varias razones, un mes significativo para mí, y como todos, hace un año viví la difícil situación que enfrentábamos por el coronavirus. “Incertidumbre”, quizá sea la palabra adecuada para definir lo que se respiraba en el ambiente y lo que experimentamos en esos días en que el miedo nos mantenía aislados y aturdidos.
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Considerado entonces como el peor mes del año por el alarmante número de contagios diarios, el incremento de fallecimientos, la crisis económica, el aumento de la violencia dentro de los hogares, y por si fuera poco, las escuelas y las iglesias cerradas, terminó siendo solo un mes más de esta dolorosa experiencia.
En el transcurso de estos meses hemos experimentado la muerte inesperada de familiares y amigos, de sacerdotes, médicos, papás y personas que expusieron su vida por el servicio a los demás. Su ausencia es un dolor permanente para quienes los perdimos.
Ha pasado un año, y para este nuevo julio hemos sido testigos de cómo la realidad ha superado nuestras percepciones, nos hemos ido adaptando a una nueva manera de vivir intentando cuidarnos de la siempre amenazante pandemia que parece tomar un respiro para volver a atacar. Hemos logrado salvar algunos obstáculos para acercarnos a la normalidad “antes de” y continuamos con una larga lista de necesidades por resolver.
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Hemos aprendido a “convivir” con el virus que, si bien ha traído tanto dolor y desolación, nos ha enseñado a no desperdiciar la vida, a disfrutar los momentos que antes nos parecían tan intrascendentes y a valorar lo que no tiene precio: un abrazo, una caricia o la compañía de quien amamos.
En su homilía del primer día del mes, el sacerdote nos dijo “¿ya se fijaron que en este mes que inicia tenemos muchas cosas que agradecer a Dios?”… ¡y son tantas!
El dolor y el abatimiento no han logrado superar la alegría y la esperanza que nos proporciona nuestra confianza en Dios, que sabe lo que hace y hace lo que nos conviene.
Julio es un mes especial en que celebro mi vida y la vida de mi nieta. Después de todo lo vivido en este año de sufrimientos y alegrías, solo vienen a mi mente las palabras del Salmo 115: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”
Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.
*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.
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