Salí de casa para despejarme un rato, tras una semana de fuertes tensiones y problemas. Entre lágrimas y tinieblas caminé sin rumbo por las calles, hasta llegar a un desolado parque.
Caía la tarde, y bajo un árbol frondoso me recargué a meditar, me agaché un instante y con una piedra, dibujé en la tierra un ángel de la guarda pidiéndole su ayuda, me levanté enseguida al sentir el viento golpear sobre mi cara, y me di cuenta que no estaba solo, que Dios, a pesar de todo, me seguía y me acompañaba, en cada paso que yo daba.
No faltó ese día, la compañía de un amigo, la llamada familiar, la oración en el Santísimo que iluminó mi obscuridad.
… Pero, ¿qué pasó con aquel ángel dibujado en el parque? Atrás se quedó, solo, junto al frondoso roble, que resguardó mis penas, yo me alejé por el sendero estrecho y seco que tuve de regreso. Quizá lo recogió el mismo viento que acarició mi rostro, lo borró la lluvia veraniega o lo pisotearon algunos de los que atajan por ahí su camino de vuelta a casa… o tal vez un niño, cuyos ojos limpios siempre ven algo más, se paró a su lado, para delinearle a su nuevo amigo, lo que en aquél momento no supe ni pude yo dibujar: una sonrisa.
Historia retocada, de vivencia real y compartida por Monika Klimczak, polaca.
*Mons. Alfonso Miranda Guardiola es Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Monterrey.
El feminismo, una corriente filosófica y social que busca la igualdad de derechos y oportunidades…
“Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de…
El 29 de diciembre iniciaremos el Año Jubilar 2025 en las diócesis del mundo, con…
Lo que empezó en los años 20 del siglo pasado como una causa homicida, al…
‘¡Viva Cristo Rey!’ Hagamos nuestra esta frase, no como grito de guerra, sino como expresión…
El Vaticano publicó la segunda edición del libro litúrgico que contiene las instrucciones relacionadas con…
Esta web usa cookies.