Abraham Flores
El ambiente se tornó muy tenso ante la ausencia del control remoto.
Sabíamos que estaba en algún lugar de la sala, pero el tiempo corría y el partido estaba por empezar.
El control se había perdido, no sólo el que nos permitiría encender la pantalla y el decodificador del cable, sino también el control de la situación; estábamos a un clic de recobrar la paz si lográbamos apretar el botón rojo, ese que dice on.
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Cuando finalmente encontramos el control remoto, comprobamos la impotencia de depender del encendedor de aparatos, pues la sangre regresó a nuestros rostros pálidos, y ahora sí, podíamos sentarnos a “disfrutar” el juego de futbol.
Justo 15 minutos después, un corte de energía en la colonia nos llevó a ver nuevamente la pantalla apagada.
El desorden hizo que perdiéramos la paz: a falta del artefacto, perdimos el control y llegó la ansiedad.
Cuando se fue “la luz” no tuvimos otra que resignarnos y esperar hasta que volvió a sonar el refri y el foquito de la pantalla comenzó a parpadear. Pudimos ver lo que faltaba del partido y de paso acordamos sacar las velas por si acaso.
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Cuando se pierde el control y llega la ansiedad, ¿somos capaces de recobrar la paz buscando soluciones? ¿estamos conscientes del conflicto que ello genera al no percibir la sensación de control? En situaciones existenciales de nuestra vida ¿qué tanto activamos la paciencia activa dejándonos guiar por Aquel que es la luz?
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