Por décadas en la sociedad mexicana se ha confundido el jacobinismo con el laicismo. El primero entendido como una posición agresiva y de rechazo a las religiones y a las iglesias, para el caso de México la católica.
El ateísmo promovido por el Estado, cosa que ocurre todavía en algunas sociedades, se convierte en una “religión” de la no religión. Esto tampoco es el laicismo.
¿Entonces que sí es el laicismo? Es cuando el Estado asume una posición neutral con relación al trato de las religiones y las iglesias. Admite a todas en igualdad de condiciones sin que ninguna tenga privilegios.
Es la posición que sostiene el Papa Francisco cuando dice: “La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad”. (Intervención del Papa (26.07.13) en una reunión en Río de Janeiro durante su viaje a Brasil)
La laicidad ofrece una base común a todos los ciudadanos, sin importar su religión, que permite construir un proyecto común y proponer una serie de valores compartidos, tales como el respeto al Estado de Derecho, la democracia, los Derechos Humanos, la solidaridad, la fraternidad, la generosidad, la responsabilidad con el medio ambiente, entre otros.
La sociedad mundial, en su mayor parte, avanza hacia realidades multireligiosas y también a la presencia cada vez mayor de personas que son creyentes, pero no pertenecen a ninguna iglesia, o no son creyentes.
La laicidad del Estado es principio y garantía de una sociedad abierta y plural. Ofrece una plataforma valoral común con la que todos nos podemos identificar se sea creyente o no y se pertenezca a tal o cual iglesia.
En ese marco resulta peligroso, para el Estado laico y la ciudadanía el manejo que hacen de Dios y de Jesús ciertos gobernantes de corte populista. Usan a favor de sus intereses la religión.
Ellos, desde su propia visión, manipulan a Dios y la religión, para manipular a los creyentes que son sus simpatizantes. Dios y la religión, como ellos la entienden, se convierte en tema del discurso político.
Desde antes de las leyes de Reforma nunca, como ahora, habíamos tenido a un presidente que haya convertido a Dios y la religión en tema central de sus mensajes, siempre para apoyar su punto de vista y decisiones.
El regreso de Dios y la religión al discurso político violenta al Estado laico y hace daño a las Iglesias que ven usurpado su función y su mensaje por los políticos, para el caso el presidente.
Las Iglesias, la Católica en particular, como lo propone el Papa, debe convertirse en valuarte y defensora del Estado laico y denunciar todo intento que se propone violentarlo. Está en la lógica del interés del país y del suyo.
Twitter: @RubenAguilar
Rubén Aguilar Valenzuela es profesor universitario y analista político.
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