Grandiosos, pero frágiles
Los seres humanos somos limitados, muy limitados.
Grandiosos (todos, pues todos somos personas), pero limitados, frágiles y, en ocasiones, mezquinos (al menos, yo).
Por eso, cualquier relación humana, sobre todo si se trata de una relación cercana y de larga duración, lleva consigo desencuentros y conflictos de más o menos envergadura.
Y el matrimonio es sin duda la relación más íntima y la de más largo recorrido, pues está destinado a ir creciendo durante toda la vida.
Conclusión: necesariamente, en cualquier matrimonio, habrá roces, pequeños y no tan pequeños conflictos, momentos de desánimo e incluso de desesperanza, tensiones, discusiones…
Dos maravillosas manifestaciones de amor
Como consecuencia, las dos más necesarias y probablemente mayores manifestaciones de amor son:
Pedir perdón (también perdonar, como es obvio) y pedir ayuda son tal vez las dos más grandes pruebas de amor: en el matrimonio, en la familia… y en cualquier tipo de convivencia humana.
Para perdonar más fácilmente: distingue y vencerás
Para conservar e incrementar la armonía conyugal y familiar, para facilitar el perdón e incluso para disminuir el número de veces en las que uno/a se siente ofendido/a, es imprescindible distinguir entre “diferencias”, “limitaciones” y “defectos”… y actuar en consecuencia.
Impresiona advertir hasta qué extremo el aprender a distinguir estas tres realidades y obrar teniéndolo en cuenta:
Distinguir entre defectos, limitaciones y diferencias hace más sencillo el perdonar y el pedir perdón y promueve y desarrolla el amor entre los miembros de la familia.
El peligro de no distinguir…
Lo que suelen tener en común las diferencias, las limitaciones y los defectos —de nuestro cónyuge y de nuestros hijos, pongo por caso— es que nos molestan.
Al considerarlos todos como defectos, sentimos el deber de corregirlos y generamos tensión a nuestro alrededor.
Tres realidades diversas
Distingamos, pues:
a) Diferencias
Cada persona es única e irrepetible, diferente de todas las demás.
Lo somos nosotros mismos, pero también nuestro cónyuge y cada uno de nuestros hijos.
Esta variedad es buena y contribuye poderosamente a la riqueza de lo humano.
Por eso, aunque a menudo las diferencias nos molesten, tenemos que amarlas y fomentarlas, pues nadie puede desarrollarse y extraer su mejor versión sino siendo bien a fondo quien es y está llamado a ser.
Las diferencias hay que amarlas y fomentarlas.
b) Limitaciones
Son propias del ser humano, de todos y cada uno. No a todos se nos dan bien las matemáticas, o la literatura, o el deporte, o la música…
Y no pasa nada. Una limitación es la simple ausencia de algo que no es imprescindible para el desarrollo y la plenitud personales.
Hay que conocer las limitaciones (las propias, las del cónyuge y las de los hijos) para no pedirnos o pedirles lo que no podemos o no pueden dar, orientarnos y orientarlos por otro camino… ¡y centrar toda nuestra atención en las cualidades, que sí se pueden y deben desarrollarse!
Las limitaciones hay que conocerlas… y prestarles el mínimo de atención posible.
c) Defectos
El defecto no es una simple ausencia, sino la privación de algo que sí resulta necesario para el desarrollo personal.
Desde otra perspectiva, un defecto es algo que daña a quien lo tiene, porque también perjudica a quienes lo rodean.
Tres pasos, cuasi cronológicos, en relación con los defectos:
1) Amar a la persona con sus defectos (son parte integrante de ella);
2) ayudar amablemente a luchar por superarlos (a luchar, no necesariamente a vencer, porque eso no siempre está en manos de quien los sufre);
3) sentir ternura cuando, luchando, no se logran eliminar: no olvidemos que, por su propia naturaleza, un defecto es algo muy difícil de superar, que puede acompañarnos toda la vida.
Hemos de amar a las personas con sus defectos, ayudarles a luchar contra ellos y sentir ternura si, luchando, no logran vencerlos.
Vale la pena
Si no aprendemos a distinguir entre diferencias, limitaciones y defectos, convertiremos nuestro matrimonio y nuestro hogar en un campo de batalla, en una especie de infierno, donde será muy difícil vivir, convivir, querernos, desarrollarnos, perdonarnos… ¡y ser felices!
Una auténtica pena porque, sin demasiado esfuerzo, metiendo un poco la cabeza y el corazón, y dedicando algo de tiempo a reflexionar con calma, podríamos cambiar radicalmente ese panorama.
Distinguir entre diferencias, limitaciones y defectos no es difícil… y puede hacer que mejore notablemente la armonía de nuestro matrimonio y de nuestra familia.
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