La delincuencia organizada está invadiendo muchos espacios; gobierna e impone sus leyes, y nuestro pueblo se siente desprotegido. Además de los extremos, como son los asesinatos y los secuestros, en la vida ordinaria hacen lo que quieren, sin quien les contenga.
Pongo sólo un ejemplo: el kilo de tortilla, que es el alimento de maíz básico para la mayoría, hace un año costaba quince pesos; luego lo subieron a dieciocho, debiendo entregar a esos grupos tres pesos por cada kilo; después a diecinueve y, ahora, a veinte pesos (casi un dólar).
Los simples ciudadanos nada podemos hacer para evitar esta arbitrariedad. ¿Dios nos puede ayudar a resolver esto? Claro que puede, pues es todopoderoso y puede hacer hasta milagros, pero de ordinario nos necesita a nosotros para transformar las realidades, pues para eso nos hizo a su imagen y semejanza. Nosotros somos los constructores de la sociedad que queremos. Dios nos enseña el camino, pero no nos obliga a seguir sus senderos. Él nos necesita para cambiar este país, pero somos libres para hacer lo que queramos. Sin Dios, nos destruimos unos a otros, como Caín que mató a su propio hermano.
Un jefe de esos grupos criminales acostumbra entrar a un templo a hacer oración, porque es muy devoto de la Virgen. Cuando llega, dos de sus pistoleros están a la puerta del templo, para protegerlo, y otros dos a la entrada del atrio, para que nadie entre. ¿Eso es fe? ¿Dios y la Virgen le escuchan y le ayudan? Claro que le escuchan y le ayudan, pero no para hacer el mal, sino para que se convierta y cambie de vida, si él está dispuesto a escuchar a Dios.
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Muchos, desde nuestras familias, aprendimos a darle a Dios el lugar que le corresponde y a esforzarnos por vivir conforme a sus mandamientos. Por esa fe que recibimos desde nuestro bautismo y que cultivaron nuestros padres, la inmensa mayoría somos gente buena, pacíficos, respetuosos de los demás y solidarios. Pero muchos de los delincuentes proceden de familias sin educación en la fe, sin brújula que les ilumine en la vida, expuestos a dejarse embaucar por quienes tienen como máxima aspiración el dinero y el placer. Si conocieran a Dios, si escucharan su Palabra, si se acercaran a los sacramentos, otra sería su vida y otro sería nuestro país.
Sin embargo, los Estados de la República donde más se han recrudecido el crimen y el narcotráfico, tienen los más altos porcentajes de católicos en el país. ¿Esto significa que no sirve la religión? Claro que sirve; pero es una llamada de atención para revisar la pastoral evangelizadora que llevamos a cabo, porque quien en verdad encuentra a Dios, en Cristo, lleva otro estilo de vida. El verdadero Dios nos enseña el camino del bien, de la justicia, del respeto a los otros, del amor al prójimo, pero nos deja en libertad para hacerle caso, o para vivir como si El no existiera. Dios puede cambiar nuestro país, siempre y cuando nosotros adecuemos nuestra voluntad a la suya.
El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, dice: “La fe colma de motivaciones inauditas el reconocimiento del otro, porque quien cree puede llegar a reconocer que Dios ama a cada ser humano con un amor infinito y que con ello le confiere una dignidad infinita. A esto se agrega que creemos que Cristo derramó su sangre por todos y cada uno, por lo cual nadie queda fuera de su amor universal. Y si vamos a la fuente última, que es la vida íntima de Dios, nos encontramos con una comunidad de tres Personas, origen y modelo perfecto de toda vida en común” (85).
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Los obispos mexicanos, en nuestro Proyecto Global de Pastoral 2021+2033, decimos: “Constatamos que existe un gran déficit en la formación cristiana del Pueblo de Dios; hay un analfabetismo religioso preocupante en un gran número de creyentes, permaneciendo en ellos una gran confusión y vacío en el conocimiento de las verdades fundamentales de su fe; esto se manifiesta en la superficialidad de sus compromisos sacramentales y en la ligereza de la vivencia de los valores del Evangelio en su vida diaria” (80).
“Somos conscientes que es fundamental descubrir que ante esta realidad que nos desafía y cuestiona, a todos nos toca recomenzar desde Cristo. Partir de este encuentro personal y transformador de cada creyente con Jesús en su vida, que abre un auténtico proceso de conversión, comunión y solidaridad. Este momento de encuentro con el Hijo de Dios es fundamental en la vida de todo cristiano, pero es necesario promover creativamente esta experiencia desde nuestras parroquias, grupos y movimientos apostólicos, para que sea un encuentro pleno de fe, que va más allá de lo institucional, lo burocrático o lo meramente “clientelar”. Ningún católico podrá vivir con pasión y responsabilidad su fe sin esta experiencia kerigmática y catequética de Jesús vivo. Muchos católicos se avergüenzan de su pertenencia eclesial, pues como pastores no les hemos ayudado a dar sentido a su existencia, en esta realidad concreta e histórica” (85).
Apreciemos nuestra fe, como un motor de cambio personal, familiar y social. Abramos el corazón a Dios que nos enseña el camino de la fraternidad, del respeto a los otros y del amor solidario. Eduquemos a las familias, a niños y jóvenes, para que descubran el amor de Dios manifestado en Cristo, y esforcémonos por vivir conforme a la luz y al camino que Él nos ofrece. Si Dios está en nuestras vidas, el país cambiará y viviremos en paz; si lo ignoramos, iremos de mal en peor.
*El Cardenal Felipe Arizmendi Esquivel es obispo emérito de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas en Chiapas.
Los artículos son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan la opinión de Desde la fe.
Artículo publicado originalmente en Vatican News.
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