La Fiesta de la Santa Cruz celebrada el 3 de mayo en la liturgia de la Iglesia Católica, tiene un fuerte impacto en las comunidades agrícolas mexicanas, especialmente de ascendencia indígena. Los inicios del mes de mayo son el culmen del período de sequía en lo que se conoce como Mesoamérica, franja territorial que abarca desde Zacatecas hasta Guatemala, Belice, Honduras y parte de El Salvador.
El cristianismo asumido en estos territorios de alta concentración indígena tuvo que involucrarse con su actividad y cosmovisión agrícola, basada en el cultivo del maíz de temporal. Más allá de una mera actividad económica, es el eje que articula la vida cultural de estos pueblos, por lo que no me parece exagerado aseverar que existió y ahora subsiste una verdadera espiritualidad en derredor de la actividad agrícola.
Esto se aprecia en fechas significativas en el ciclo de cultivo desde la preparación de las tierras en mayo hasta la cosecha en octubre-diciembre (según la altura y los microclimas) con la fiesta de Todos los Santos y Muertos, o en las partes frías, la Virgen de Guadalupe.
Desde el Observatorio Intercontinental de la Religiosidad Popular en la Universidad Intercontinental (UIC) hemos estudiado cómo las dinámicas en torno a la fiesta de la Santa Cruz son el marcador simbólico de inicio del nuevo ciclo de cultivo del maíz, cuando se queman los campos, se limpian y en donde el terreno lo permite, se ara. Es el tiempo de los rituales propiciatorios para pedir la lluvia, buenos vientos y “despertar” a la tierra, fortalecerla mediante ofrendas de alimentos y bebidas para que –como los mismos campesinos verbalizan-: “esté fuerte y lista para darnos mucho maíz”.
Este período se extiende hasta el 15 de mayo, fiesta de San Isidro Labrador, en la cual ya puede empezar la siembra si las primeras lluvias se han asentado. En lugares más secos o cuando las primeras lluvias se retrasan, el siguiente marcador del calendario católico para usar como referencia de siembra es San Juan Bautista el 24 de junio. De hecho en algunos lugares de Latinoamérica como Panamá, la siembra se realiza año con año en el “Veranito de San Juan”, período entre jueves de Corpus Christi y la fiesta de San Juan Bautista el 24 de junio.
Es interesante corroborar esta lógica cultural en el hemisferio sur, donde en Perú y Bolivia, tenemos las mismas fechas de santos que marcan la actividad agrícola pero invertidos, pues en esa región los ciclos estacionales están invertidos con relación al hemisferio norte. Allá a los Muertos y Todos los Santos les piden la lluvia y la bendición de la semilla y los campos, mientras que a la Santa Cruz le agradecen las cosechas.
Esta dinámica de integración de las fechas cruciales en los ciclos de siembra y cosecha tiene una profunda raíz histórica en la pedagogía catequética de los frailes mendicantes en el s. XVI que comprendieron estas dinámicas culturales y religiosas locales interviniendo en la cristianización de esos tiempos sagrados, a la vez que los propios indígenas encontraron en estos espacios la posibilidad de cobijar parte de su cosmovisión ancestral y sensibilidad en el trato con lo Sagrado desde su propio horizonte cultural y de sentido.
En los pueblos campesinos donde se celebra la Santa Cruz por lo general ubican cerros aledaños al pueblo, pues al ser una ceremonia también de petición de lluvias y aire, el contacto con los elementos naturales es importante.
Cualquiera que asista a Chalma después del tres de mayo podrá atestiguar en las innumerables “cuevitas” que abundan en las paredes de la barranca donde está sumido el Santuario, una explosión de colores con banderas de papel de China y listones que adornan vistosamente infinidad de cruces pintadas de blanco, azul agua o verde claro. De igual forma en los pozos, ojos de agua, lavaderos públicos y jagüeyes colocan estas cruces pidiendo su renovación para que sus fuentes de agua, no se sequen.
Es también el 3 de mayo la fecha indicada para que se renueven las cruces del camposanto que deban ser reemplazadas por deterioro natural, responsabilidad celosamente guardada por los “padrinos de cruz” o “padrinos de muerte” del finado.
De igual manera el colocar la cruz en la construcción es una costumbre que ha llegado y pervivido en las grandes ciudades, pidiendo solidez, protección, cimiento sobrenatural para los trabajos que conforman la obra.
En conclusión, la fiesta de la Santa Cruz es una joya del patrimonio de la Religiosidad Popular en Latinoamérica. Recordemos que estas expresiones de devoción y piedad popular son un patrimonio compartido entre la Iglesia y el Pueblo de Dios que ha asumido el mensaje cristiano desde la particularidad e intimidad de su historia, cultura, tradiciones y costumbres, haciendo que esa apuesta de adhesión al cristianismo a la larga permee su propia identidad cultural.
Autor: Dr. Ramiro Gómez Arzapalo Dorantes, director del Observatorio Intercontinental de la Religiosidad Popular de la Universidad Intercontinental (UIC)
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