Consuelo Mendoza
Hace unos días vi un documental sobre el águila real, “el rey de las montañas”. Una ave majestuosa e imponente, que construye su nido en lo alto de los árboles, en acantilados o riscos.
Contrasta su fama y actividad depredadora con el cuidado con que protege e incuba el huevo de su futura cría. Hembra y macho se turnan para mantenerlo tibio, igual que al pequeño e indefenso aguilucho que saldrá de él, pero ella, la mamá águila, es siempre la responsable de atenderlo y alimentarlo, dándole pequeñas porciones de carne de las presas, que ambos llevan al nido para su pequeño. Los cuidados y la alimentación del hijo se van espaciando conforme éste va creciendo y ejercitando sus alas en un nido, que cada vez le resulta más pequeño e incómodo; mientras tanto, los papás lo estimulan con el ejemplo hasta lograr que por fin emprenda su primer vuelo.
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Es entonces que el pequeño, de apenas poco más de dos meses, no volverá a recibir la comida del pico de su madre ni en la comodidad de su espacio; tendrá que ir por él a los lugares, cada vez más lejanos, en los que ella los dejará para obligarlo a volar mayores distancias, y también para que aprenda a cazar.
Y llega el día en que el polluelo se descubre águila real, con unas alas tan fuertes que lo impulsan a emprender un largo vuelo sin regreso, para encontrar el acantilado en que construirá su propio nido y tendrá su propia familia.
Así es la misión de las mamás, si bien las águilas son guiadas por la naturaleza y un sabio instinto, la mujer madre es guiada por el amor más puro e incondicional y por la propia naturaleza que encierra en su ser la ternura y las fuerzas necesarias para proteger, cuidar, acompañar y proporcionar a su hijo o hija, las herramientas necesarias para ser una persona libre, independiente y responsable.
“La universidad de las mamás es el propio corazón” nos dice el Papa Francisco.
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La maternidad implica mucho más que las imágenes y palabras románticas que acostumbramos a compartir en este día; la mujer madre simplemente es insustituible en su misión como educadora de sus hijos y en la actualidad, además de ser un pilar en su hogar, sabe multiplicarse para ser ama de casa, profesionista, comerciante, trabajadora o estudiante, hija y esposa.
Las águilas reales no tienen libertad para elegir, pero, ¿qué hubiera sucedido si la mamá hubiera continuado llevando el alimento a su hijo hasta el nido? Quizá nunca hubiera aprendido a volar, ni cazar, ni defenderse.
En una época de crisis como la que vivimos, se requieren hombres y mujeres idealistas y fuertes, no de cristal, con la mirada puesta en el cielo y un alto compromiso social para ahogar el mal en abundancia de bien. Para formar hombres y mujeres de bien, se requieren familias educadoras y madres valientes, orgullosas y conscientes de su hermosa misión que trascenderá por generaciones, transformando el mundo y construyendo un mejor futuro.
El principio del cambio comienza en el vientre de la madre, que como María sabe decir SÍ a la vida, si a la maternidad y si a los hijos con el amor incondicional que siempre educa y busca el bien.
¡Felicidades a todas las mamás en su día!
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Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.
*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.
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